Dios siempre
está dispuesto a cancelar toda deuda, a olvidar a renovar. Para educarnos en el
perdón debemos constantemente recordarlo.
Por:
Mayra Novelo
La
palabra misericordia tiene su origen en dos palabras del latín: miserere, que
significa tener compasión, y cor, que significa corazón. Ser misericordioso es
tener un corazón compasivo. La misericordia, junto con el gozo y la paz, son
efectos del perdón; es decir, del amor.
Un
palpable ejemplo de este tipo de amor misericordioso es el de Dios que siempre
está dispuesto a cancelar toda deuda, a olvidar a renovar. Para educarnos en el
perdón debemos constantemente recordarlo.
Los
católicos acogemos un conjunto de verdades que nos vienen de Dios. Esas
verdades han quedado condensadas en el Credo. Gracias al Credo hacemos
presentes, cada domingo y en muchas otras ocasiones, los contenidos más
importantes de nuestra fe cristiana.
Podríamos
pensar que cada vez que recitamos el Credo estamos diciendo también una especie
de frase oculta, compuesta por cinco palabras: “Creo en la misericordia
divina”. No se trata aquí de añadir una nueva frase a un Credo que ya tiene
muchos siglos de historia, sino de valorar aún más la centralidad del perdón de
Dios, de la misericordia divina, como parte de nuestra fe.
Dios es
Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo;
por amor suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre; por
amor hoy me permite soñar y reír, suspirar y rezar, trabajar y tener un momento
de descanso.
El
amor, sin embargo, tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que
penetró en el mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12).
Desde entonces, la historia humana quedó herida por dolores casi infinitos:
guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud,
infidelidades matrimoniales y desprecio a los ancianos, explotación de los
obreros y asesinatos masivos por motivos raciales o ideológicos.
Una
historia teñida de sangre, de pecado. Una historia que también es (mejor, que
es sobre todo) el campo de la acción de un Dios que es capaz de superar el mal
con la misericordia, el pecado con el perdón, la caída con la gracia, el fango
con la limpieza, la sangre con el vino de bodas.
Sólo
Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón
manchados por infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más
fuerte que el pecado.
Dios
eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación
universal, movido por una misericordia infinita. Envió profetas y señales de
esperanza. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte que el
pecado. Permitió que en la Cruz de Cristo el mal fuese derrotado, que fuese
devuelto al hombre arrepentido el don de la amistad con el Padre de las
misericordias.
Descubrimos
así que Dios es misericordioso, capaz de olvidar el pecado, de arrojarlo lejos.
“Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor
para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja Él de
nosotros nuestras rebeldías” (Sal 103,11-12).
La
experiencia del perdón levanta al hombre herido, limpia sus heridas con aceite
y vino, lo monta en su cabalgadura, lo conduce para ser curado en un mesón.
Como enseñaban los Santos Padres, Jesús es el buen samaritano que toma sobre sí
a la humanidad entera; que me recoge a mí, cuando estoy tirado en el camino,
herido por mis faltas, para curarme, para traerme a casa.
Enseñar
y predicar la misericordia divina ha sido uno de los legados que nos dejó el
Papa Juan Pablo II. Especialmente en la encíclica “Dives in misericordia” (Dios
rico en misericordia), donde explicó la relación que existe entre el pecado y
la grandeza del perdón divino: “Precisamente porque existe el pecado en el
mundo, al que ´Dios amó tanto... que le dio su Hijo unigénito´, Dios, que ´es
amor´, no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia. Esta
corresponde no sólo con la verdad más profunda de ese amor que es Dios, sino
también con la verdad interior del hombre y del mundo que es su patria
temporal” (Dives in misericordia n. 13).
Además,
Juan Pablo II quiso divulgar la devoción a la divina misericordia que fue
manifestada a santa Faustina Kowalska. Una devoción que está completamente
orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios
revelada en Jesucristo. Reconocer ese amor, reconocer esa misericordia, abre el
paso al cambio más profundo de cualquier corazón humano, al arrepentimiento
sincero, a la confianza en ese Dios que vence el mal (siempre limitado y
contingente) con la fuerza del bien y del amor omnipotente.
Creo en
la misericordia divina, en el Dios que perdona y que rescata, que desciende a
nuestro lado y nos purifica profundamente. Creo en el Dios que nos recuerda su
amor: “Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y
no recordar tus pecados” (Is 43,25). Creo en el Dios que dijo en la cruz
“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), y que celebra un
banquete infinito cada vez que un hijo vuelve, arrepentido, a casa (Lc 15).
Creo en el Dios que, a pesar de la dureza de los hombres, a pesar de los
errores de algunos bautizados, sigue presente en su Iglesia, ofrece sin
cansarse su perdón, levanta a los caídos, perdona los pecados.
Creo en
la misericordia divina, y doy gracias a Dios, porque es eterno su amor (Sal 106,1),
porque nos ha regenerado y salvado, porque ha alejado de nosotros el pecado,
porque podemos llamarnos, y ser, hijos (1Jn 3,1).
A ese
Dios misericordioso le digo, desde lo más profundo de mi corazón, que sea
siempre alabado y bendecido, que camine siempre a nuestro lado, que venza con
su amor nuestro pecado. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una
herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para
vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la
salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento” (1Pe 1,3-5).
PROPUESTA PARA LA REFLEXIÓN-ORACIÓN:
Desde la Pastoral Penitenciaria de Tenerife proponemos dedicar una semana entera a la reflexión sobre la MISERICORDIA y para ello se ofrece a toda la comunidad cristiana el documento:
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