lunes, 28 de septiembre de 2015

Tu cárcel no es ningún cuento

La cárcel no es ningún cuento, sino un drama-tragedia que tiene su obertura mucho antes del ingreso en prisión y nadie sabe el final, que se alarga como la sombra de un fantasma en la salida de prisión.
Aunque nos empeñemos en ello, la cárcel no es un cuento extraño, sino una realidad social que nos atañe a todos, porque estos espacios son parte de nosotros y los creamos y mantenemos con nuestros esfuerzos y erarios privados y públicos.
Efectivamente, TU CÁRCEL NO ES NINGÚN CUENTO, pues ahí estás y estamos jugándonos presente y futuro de nuestra convivencia, de nuestra justicia y de nuestra relación. Sólo personas insensatas piensan que la prisión es para los otros, que a ellas no les afecta; hoy, empeñados en judicializarlo y prisionalizarlo todo, estamos más cerca que nunca de engrosar el número voluminoso de personas privadas de libertad; personas que son nuestros hermanos, nuestros vecinos, nuestros paisanos, nuestros…
La cárcel que sufre tu hermano no es ningún cuento y si la has convertido en cuento es porque tú has decidido que no te afecte; es más: si la cárcel que sufre el otro no te inquieta es síntoma de un sinfín de cárceles que te afectan y tú te empeñas en no vislumbrar en el tesón baladí de envolver tu vida en una lámina de máscaras y armaduras. Por todo ello reflexiona: ‘TU CÁRCEL NO ES NINGÚN CUENTO’. ¿Quieres tomarte la vida en serio? ¿Eres tú el que decide tu vida o son tus ‘egos’ los carceleros de ‘tu YO’?.

Y ahora sí, un cuento:

Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té de Cachemira.
Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente: ¡Libertad, libertad, libertad!.
No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad. Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”.
Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalillo que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan. Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “!Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón. ¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puertecilla de la misma. Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla. El loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!

Oración.

Tú, Señor, has visto la opresión del humilde, y oyes el lamento del pobre sin defensa.
Levántate y líbranos de las cadenas, no dejes que nos engañen.
Yo quiero ser libre. Y amo la libertad;
Libre en busca de nuevas ideas para mis sueños.
Libre, como protagonista de nuevos proyectos;
como alguien que ya no es niño y quiere ser mayor.
Libre, como alguien que tiene sus razones y quiere decirlas.
Libre, como alguien que ya se siente responsable;
como alguien que 
ha estrenado libertad.
Señor, ¿no es tu Evangelio un canto al corazón libre?

Ayúdame, Señor, a buscar mi rostro,
a descubrirme por dentro,
a aceptarme como en realidad soy.
Ayúdame, a aguantar mis miedos, 
mis inseguridades,
a superar mis fracasos 
y salir de mis derrotas.
Ayúdame a seguir adelante y no volver atrás,
a superar mis desánimos 
y mis desilusiones.
Ayúdame a saber comenzar cada día.

Tú, Jesús, eres como la roca firme junto al mar,
Tú, Jesús, eres la fuerza, el apoyo que necesito
Señor Jesús, no quiero quedarme encerrado en mí mismo;
rompe mi caparazón, derriba mi muro, y sé para mí Puente,
ese Puente que necesito para pasar del cerco de mis amarras
a la libertad de un corazón nuevo 
y lleno de vida.
Un corazón libre, puro, limpio y transparente
crea en nosotros, Señor, para poder ver tu rostro.
Un corazón humilde, manso y fraterno,
crea en nosotros, para que tu presencia
se haga fiesta gozosa en nuestro camino.

“La libertad es alimento nutritivo, pero de difícil digestión.
Es, por tanto, necesario preparar a los hombres mucho tiempo antes de dárselo”.
(Jean Jacques Rousseau- 1712-1778 – filósofo francés)

Reflexión.

Quienes frecuentamos las cárceles recordaremos una amplia lista de nombres para poner al loro del cuento; conocemos tantos hombres y mujeres que se han institucionalizado dentro de la jaula y ya no saben sino agarrarse a esas paredes que les han constreñido cuerpo y mente para siempre.

Pero, curiosamente, también fuera de la cárcel, son demasiados los hombres y mujeres que dicen querer madurar y hallar la libertad interior, pero que se han acostumbrado a su jaula interna y no quieren reconocerla y, mucho menos, abandonarla. Detrás de la intolerancia, la agresividad, la violencia, la crítica, la timidez, el juicio y condena rápidos de los otros, el no comprometerse ni complicarse con nada, del confort desmedido, del abandono y depresión…, hay un especie de esquizofrenia vital en una apuesta inviable de ‘libertad’ aferrándose a los barrotes de la propia jaula personal.

Se puede llegar al paroxismo de identificar la ‘libertad’ con esa vivencia despersonalizante y dedicar tiempo y tiempo a justificar esa apuesta-postura. Si fuésemos capaces de discernir tanta verborrea barata con que envolvemos nuestros vinos - cafés o nuestros encuentros diarios, quizá nos asustaríamos con que facilidad y espontaneidad intentamos de justificar lo injustificable. Cuántas relaciones epidérmicas mantenemos y alimentamos para nunca comunicarnos personalmente en un sano ejercicio de ‘libertad’.

¡Libertad!: ¿cuento o don?. Más de lo que pensamos es cuento y cuento, en el sentido negativo de este término, de tal modo, que más de uno al leer estas líneas dirá: ‘¡Anda!. ¡No me vengas con cuentos!’ Y seguir, así, desgranando el infinito rosario de justificaciones. ¡Qué grande es alcanzar el descubrimiento personal de que ¡TU CÁRCEL NO ES NINGÚN CUENTO!.

La libertad, efectivamente, es nutritiva pero su digestión es complicada, si tenemos en cuenta el entorno que hemos creado, nos envuelve y en nada favorece y provoca procesos de libertad, procesos imprescindibles si queremos apostar por personas responsables y dueñas de sí mismas con capacidad de decidirse y comprometerse. Son demasiados quienes siguen creyendo que ‘libertad es hacer lo que uno quiera’, máxima en que se apoya la sociedad de consumo para aguijonear y agrandar nuestros deseos hasta convertirlos en ‘falsas necesidades’ que acaban enseñoreándose de nuestro ego.

Siguen siendo deficientes los esfuerzos educativos en ese campo del empodera-miento personal que deviene en libertad. Siguen siendo deficientes los procesos personales de fe que lleven a un encuentro con el Otro, único que nos puede revelar los espacios de nuestra libertad. Siguen escaseando los padres, maestros y educadores que nos van enseñando que la libertad es “la capacidad de regalarse”, luego de descubrir, con entusiasmo, que somos dueños de nuestra existencia.
Sólo la verdad nos hace libres (Jn 8, 32) y para eso hemos sido elegidos por el Amor que en ejercicio de libertad nos llamó a la vida. El proceso de libertad se inicia en el reconocimiento de que no somos un producto del azar, sino de una relación; no somos una casualidad sino causalidad del AMOR con mayúsculas. Sin la apertura al Otro somos peonza dando vueltas en el clavo del ego; es esa apertura a la transcendencia la que posibilita la aventura de la LIBERTAD en la VERDAD del AMOR.

La libertad conlleva unas exigencias desde la experiencia del amor vivido en el interior del corazón, no desde exigencias y axiomas externas. La persona cristiana se ve llena de una confianza intrépida, de ese orgullo sano que el Nuevo Testamento llama ‘parresía’: fuerza para hablar y hacer cosas, ofensivas al parecer, pero en realidad gratas o halagüeñas para aquel a quien se le dicen, según define nuestro diccionario.

Cuando la persona creyente es introducida en la gloria divina –toda su vida deviene en un amplio Tabor-, comprende que libertad es llevar esa gloria, traducida en justicia y misericordia a toda creatura. Hace propia la lucha divina: que todos tengan VIDA en abundancia. En esa lucha hay un empeño permanente de abrir las puertas de las jaulas externas a la vez que las puertas de las jaulas del corazón: ¡sin duda las más difíciles y obstinadas!

La sociedad del bienestar, sin justicia y sin un crecimiento universal de todos los seres humanos resulta insostenible e inviable; decimos sin justicia porque se olvida de la centralidad de la persona en aras de la economía y la técnica; decimos sin crecimiento universal porque el interés se centra en el lucro, el placer y el poder de una minoría a costa de los demás, como nos lo están mostrando las crecientes olas de inmigración. Sin justicia y sin crecimiento universal es imposible abrir ámbitos de libertad. Así nos lo señala el Papa Francisco en su encíclica Laudato si: el hombre y la mujer del mundo posmoderno corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos problemas sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las crisis de los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el reconocimiento del otro(nº 162). El mismo Papa Francisco nos ha dicho, de múltiples formas y maneras, que algo parecido nos sucede a cuantos formamos la Iglesia: demasiado tiempo ocupados en cuestiones domésticas y doctrinales con el consiguiente olvido de las periferias.
Ante esta lacerante realidad la única salida es la ‘parresía’, la fuerza del Espíritu expresada en nuestra carne para hacer presente la justicia del Reino de los Cielos; esa fuerza afina nuestros oídos para escuchar el grito de quienes viven con su dignidad conculcada y enjaulada y enfila nuestros pasos en orden a la posibilitación de su liberación.

El hombre es el único animal capaz de decir ‘no’, (Max Scheler). ¿Seremos capaces de desdeñar tanta oferta, tanta baratija que se nos ofrece cada día para instalarnos en una baladí bienestar-seguridad? O ¿nuestro ‘no’ se reducirá al grito agónico de ¡libertad, libertad, libertad!, mientras nos seguimos aferrándonos a los barrotes fantasmas que encarcelan nuestro YO?.

Para la reflexión personal o en grupo:

Ø  ¿Cómo es percibida la libertad en los ámbitos en que te mueves?.
Ø  Tus procesos internos personales ¿facilitan y nutren el don de tu libertad?.
Ø  ¿Es posible en la cárcel ver la libertad como alimento nutritivo de la persona?.

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