LOS
PAPAS Y LA CARCEL
La primera visita de un Papa a
una cárcel bajo la mirada de las cámaras televisivas fue aquella histórica de Juan XXIII, el día de San Esteban de 1958.
Los dirigentes de Regina Coeli habían sido advertidos con una semana
de anticipación, pero habían decidido no decirlo a los reclusos hasta la
vigilia. «Soy José, vuestro hermano», dijo el papa Roncalli.
Los detenidos le ofrendaron un misal encuadernado en cuero blanco, que desde entonces el Papa usaría cotidianamente en la celebración de la misa privada. A los reclusos que lo aplauden llorando confiesa que uno de sus parientes había sido arrestado una vez por cazador furtivo. Después de haber dado la bendición, Juan XXIII pidió visitar los sectores de la cárcel. No estaba previsto. Después de un momento de duda de los funcionarios, se abren las rejas y el Papa pasa delante de las celdas donde lo esperan los prisioneros. Particularmente conmovedor resulta el encuentro con un homicida que lo espera de rodillas, con lágrimas en los ojos, y que no osa levantar la mirada hacia él. El joven no logra hablar, solo solloza. Roncalli se acerca, hace señas de no entender. El encarcelado le pregunta: «¿Lo que ha dicho vale también para mí que he pecado tanto? ¿Puede haber perdón también para mí?». Juan XXIII, conmovido, no dice nada, se inclina sobre él y lo abraza. Antes de dejar la cárcel, agrega: «En la primera carta que escribáis a vuestros seres queridos, les diréis que el Papa ha venido a visitaros, que se ha entretenido con vosotros. Y el Papa en la santa misa, en el rosario cotidiano, pensará con intenso afecto en cada uno de vosotros, vuestros seres queridos, todos...».
Los detenidos le ofrendaron un misal encuadernado en cuero blanco, que desde entonces el Papa usaría cotidianamente en la celebración de la misa privada. A los reclusos que lo aplauden llorando confiesa que uno de sus parientes había sido arrestado una vez por cazador furtivo. Después de haber dado la bendición, Juan XXIII pidió visitar los sectores de la cárcel. No estaba previsto. Después de un momento de duda de los funcionarios, se abren las rejas y el Papa pasa delante de las celdas donde lo esperan los prisioneros. Particularmente conmovedor resulta el encuentro con un homicida que lo espera de rodillas, con lágrimas en los ojos, y que no osa levantar la mirada hacia él. El joven no logra hablar, solo solloza. Roncalli se acerca, hace señas de no entender. El encarcelado le pregunta: «¿Lo que ha dicho vale también para mí que he pecado tanto? ¿Puede haber perdón también para mí?». Juan XXIII, conmovido, no dice nada, se inclina sobre él y lo abraza. Antes de dejar la cárcel, agrega: «En la primera carta que escribáis a vuestros seres queridos, les diréis que el Papa ha venido a visitaros, que se ha entretenido con vosotros. Y el Papa en la santa misa, en el rosario cotidiano, pensará con intenso afecto en cada uno de vosotros, vuestros seres queridos, todos...».
Pablo VI visita la cárcel de Regina Coeli, el 9 de abril de 1964. Dirigiéndose a los detenidos, los invita a
la esperanza: «Tenedla siempre en
el corazón, hijos míos. Diré que solo un pecado podéis cometer aquí: la
desesperación. Quitad de vuestras almas esta cadena, esta verdadera prisión, y
dejad que vuestro corazón, en cambio, se dilate y encuentre nuevamente —incluso
en la constricción presente que os quita la libertad física, exterior— los
motivos de la esperanza. Es precisamente la voz de Cristo que invita a ser
buenos, a volver a empezar, a revivir, a resurgir». Pablo VI compone una
oración para que los encarcelados puedan recitarla, en la que se afirma:
«Señor, Tú te has dejado asesinar de ese modo para salvar a Tus asesinos, para
salvarnos a nosotros, hombres pecadores: ¿también para salvarme a mí?. Si así
es, Señor, es señal de que se puede ser buenos en el corazón, aún cuando pesa
sobre los hombros una condena de los tribunales de los hombres». A partir de
ese año, el Papa enviará cada Navidad un regalo para cada uno de los detenidos
de las cárceles de Regina Coeli y Rebibbia: una caja de dulces y un símbolo
religioso con su deseo. Recordará el secretario, don Pasquale Macchi: «El 10 de
agosto de 1978, mientras estaba junto a la salma de Pablo VI expuesta en la
basílica de San Pedro, vi a un expresidiario, al que le pregunté por qué se
encontraba allí. Y él me respondió: «El Papa vino a verme en la cárcel, y yo
estoy aquí para devolverle la visita».
Juan Pablo II, en estado casi moribundo por los disparos de Alí Agca del 13 de mayo de 1981 en la
plaza San Pedro, cruza las puertas de la
cárcel de Rebibbia el 27 de diciembre de 1983 para reunirse, solo, en su celda, con
el agresor. Cada uno se sienta en una silla cerca de la cama, uno frente al
otro. Wojtyla, por un momento, apoya una mano sobre la rodilla de Alí. Luego,
ambos inclinan la cabeza y comienzan a hablar en voz baja, Es Agca, a quien el
Papa había perdonado ya al día siguiente del atentado, el que más habla.
Wojtyla se inclina con una mano sobre la frente hasta tocar la cabeza de Alí.
Saliendo de la celda, el Pontífice dice: «He hablado con él como se habla con
un hermano, a quien he perdonado y que goza de mi confianza; lo que nos hemos
dicho es un secreto entre él y yo». Si bien luego se conocerá que el agresor
turco había dicho al Papa que no podía creer el hecho de que no hubiera muerto.
En
el 2000, año del gran Jubileo, Juan Pablo II, ya anciano y enfermo, visitará
Regina Coeli. En la vigilia de la
visita, para no mostrar la superpoblación de la cárcel, cien detenidos son
transferidos a otros lugares. Wojtyla celebra la misa en la «rotonda» de Regina
Coeli, la misma en la que habían tenido lugar las celebraciones de los
predecesores. El Papa viste paramentos cosidos por los presidiarios, celebra en
un altar de olivo, obra de un agente penitenciario, y recibe como regalo de un
grupo de reclusos albaneses un crucifijo de yeso. En esa ocasión, dos detenidos
vistieron la túnica blanca, sirviendo la misa papal como monaguillos. Uno de
ellos, Gianfranco Cottarellim (44), fue quien sostuvo, con las manos
temblorosas, el pastoral en forma de cruz del Papa. Él, que había sido
protagonista enfocado por las cámaras de televisión en transmisión
internacional, pocos días después fue encontrado muerto en su celda por haber
tomado un cóctel mortal de droga y psicofármacos.
El Papa Benedicto XVI visitó la cárcel de Rebibbia,
donde mantuvo un entrañable encuentro con los presos y respondió a algunas de sus
preguntas. El Vaticano, entonces, informaba de la siguiente manera:
Preguntas
de todo tipo. Desde las angustiadas a las afectuosas, pasando por las
fundamentales. "¿Por qué Dios no escucha a los pobres?. ¿Quizás escucha
sólo a los ricos y poderosos que en cambio no tienen fe?", preguntó un
recluso. Otro sólo quiso sentirse querido por el Papa: "Más que una
pregunta, prefiero pedirte que nos dejes agarrarnos a ti con nuestros
sufrimientos y los de nuestros familiares, como a un cable eléctrico que
comunica con nuestro Señor. Te quiero mucho".
1.-
Pregunto a Su Santidad si este gesto se entenderá en toda su sencillez también
por parte de nuestros políticos y gobernantes para que se restituya a todos los
últimos, incluidos nosotros, los detenidos, la dignidad y la esperanza que hay
que reconocer a todos los seres.
R.- "He venido sobre todo para mostraros mi cercanía personal e íntima en la comunión con Cristo que os ama. Pero, ciertamente, esta visita que para vosotros es personal, es también un gesto público que recuerda a nuestros ciudadanos, a nuestro gobierno el hecho de que hay grandes problemas y dificultades en las cárceles italianas. Y, efectivamente el objetivo de estas cárceles es el de ayudar a la justicia y la justicia implica como primer dato la dignidad humana (...) Por cuanto yo pueda, quiero señalar siempre que es importante que las cárceles respondan a su objetivo de renovar la dignidad humana y mejorar su condición y no de comprometerla. Esperemos que el gobierno tenga la posibilidad de responder a esta vocación".
2.- Más que una pregunta, prefiero pedirte que nos dejes agarrarnos a ti con nuestros sufrimientos y los de nuestros familiares, como a un cable eléctrico que comunica con nuestro Señor. Te quiero mucho.
R.- "Yo también te quiero mucho. La identificación del Señor con los encarcelados nos interpela profundamente. Y yo también tengo que preguntarme: "¿He cumplido el imperativo del Señor? He venido aquí porque sé que en vosotros me espera el Señor, que necesitáis que se os reconozca humanamente y que necesitáis la presencia del Señor que en el Juicio Final nos pedirá cuentas de ello; por eso espero que estos centros cumplan cada vez más con el objetivo de ayudar a los detenidos a reencontrarse , a reconciliarse con los demás, con Dios, para incorporarse de nuevo a la sociedad y ayudar al progreso de la humanidad".
3.- ¿Le parece justo que ahora que soy un hombre nuevo (...) y padre de una niña de pocos meses no me den la posibilidad de volver a casa, a pesar de haber pagado ampliamente mi deuda con la sociedad?.
R.- "Ante todo, felicidades. Me alegra que se considere un hombre nuevo (...) Usted sabe que para la doctrina de la Iglesia la familia es fundamental y es importante que un padre tenga en brazos a su hija. Por eso rezo y espero que lo antes posible pueda tenerla realmente en brazos y estar con su mujer para construir una hermosa familia y contribuir al futuro de Italia".
4.- ¿Que pueden pedir los detenidos enfermos y seropositivos al Papa? Se habla muy poco de nosotros, y a menudo de una forma tan feroz, que parece que nos quieren eliminar de la sociedad. Hacen que nos sintamos infrahumanos.
R.-
"Tenemos que soportar que algunos hablen mal de nosotros. También hablan mal del Papa y, sin
embargo, seguimos adelante. Creo que es importante alentar a
todos para que piensen bien, para que entiendan como sufrís, para que
comprendan que tienen que ayudaros a levantaros. Yo haré todo lo posible para
invitar a pensar de forma justa - no con desprecio, sino con humanidad- que
todos podemos caer, pero Dios
quiere que todos lleguemos a Él; y que debemos cooperar, con
espíritu de fraternidad y reconociendo nuestra fragilidad, en este proceso para
que los que han caído se levanten y prosigan su vida con dignidad".
5.-Santidad, me han enseñado que el Señor ve y lee dentro de nosotros, me pregunto ¿por qué la absolución se delega a los sacerdotes? Si yo la pidiera, sólo, de rodillas, dirigiéndome al Señor ¿me absolvería?
6.- Santo Padre, el mes pasado estuvo en visita pastoral en África, en el pequeño país de Benin, una de las naciones más pobres del mundo. Allí ponen su esperanza y su fe en Dios y mueren en medio de la pobreza y la violencia. ¿Por qué Dios no los escucha? ¿Quizás escucha sólo a los ricos y poderosos que en cambio no tienen fe?
R.- "La medida de Dios y sus criterios son diversos de los nuestros. Dios da a estas personas la alegría de su presencia, hace que sientan que está cerca de ellos incluso en el sufrimiento y la dificultad y, naturalmente, nos llama para que hagamos cuanto esté en nuestras manos para que salgan de las tinieblas de las enfermedades y de la pobreza. (...) Tenemos que rezar a Dios para que haya justicia, para que todos puedan vivir en la alegría de ser sus hijos".
Terminadas las preguntas un detenido leyó una plegaria que había compuesto, titulada "Oración tras los barrotes", en la que pedía a Dios que "acortase las noches insomnes" y le recordase que "solo el amor da vida mientras el odio destruye y transforma en un infierno las largas e interminables jornadas". Después el Papa rezó junto a los presos el Padrenuestro.
El Papa Francisco realizó esta meditación en su discurso a
los capellanes de las prisiones italianas con los que se reunió ayer
miércoles en el Vaticano. Francisco dijo a los capellanes que pidan a los
presos con quienes hablan que
no se «desanimen, que no se encierren en si mismos, porque el Señor está
cerca de ellos, no se queda fuera de las cárceles, sino que está dentro de sus
celdas».
«Ninguna celda está tan
aislada como para excluir al Señor, su amor paterno y materno llega a
todos los lados», agregó el Papa argentino. El texto completo
de la meditación del Santo Padre es el siguiente:
Les
agradezco, y quisiera aprovechar de este encuentro con ustedes que trabajan en
las cárceles de toda Italia para hacer llegar un saludo a todos los detenidos.
A todos. Por favor, díganles que rezo por ellos, que los llevo en el corazón,
rezo al Señor y a la Virgen para que puedan superar positivamente este periodo
difícil de su vida. Que no se desalienten, que no se cierren: ustedes saben, un
día todo va bien, otro día se decaen, es esa oleada difícil...
El
Señor está cerca. Pero díganselo con los gestos, con las palabras, con el
corazón que el Señor no se queda afuera de su celda, no se queda fuera de la
cárcel: está adentro, está allí. Pueden decirles esto: el Señor está dentro con
ellos; también Él es un encarcelado... de nuestros egoísmos, de nuestros
sistemas, de tantas injusticias que son fáciles para punir al más débil, ¿no?. Pero los peces grandes nadan libremente en el agua, ¿no? Ninguna celda está tan
aislada como para excluir al Señor, ninguna: Él está allí, llora con ellos,
trabaja con ellos, espera con ellos. Su amor paterno y materno llega a todas
partes. Rezo para que cada uno abra el corazón a este amor del Señor.
Y
también cuando recibo una carta de uno de ellos – en Buenos Aires los visitaba,
¿no? – y desde aquí cada vez que llamo a alguno de aquéllos de Buenos Aires que
conozco, que están en la cárcel, un domingo, y tengo una charla, después,
cuando termino, pienso: “por qué él está allí y yo no, que tengo tantos y más
meritos que él para estar allí?”. Y esto me hace bien. ¿Por qué él ha caído y no
he caído yo?. Porque las debilidades que tenemos son las mismas y para mí es un
misterio que me hace rezar y me hace acercarme a ellos. También decirlo.
Y
rezo también por ustedes Capellanes, por su ministerio, que no es fácil, muy
arduo y muy importante: expresa una de las obras de misericordia, hace también
visible aquella presencia del Señor en la cárcel, en la celda...ustedes son
signo de la cercanía de Cristo a estos hermanos que tienen necesidad de esperanza.
Recientemente, han hablado de una justicia de reconciliación, ¿no?. También una
justicia de esperanza, de puertas abiertas, de horizontes... ésta no es una
utopía: se puede hacer. No es fácil, porque nuestras debilidades están por
todos lados, también el diablo está por todos lados, las tentaciones están por
todos lados... pero siempre buscar aquello, ¿no?. Les deseo que el Señor esté
siempre con ustedes, los bendiga y la Virgen los custodie. Siempre de la mano
de la Virgen, porque Ella es la Madre de todos ustedes y de todos aquellos en
la cárcel. Les deseo esto. Gracias.
Y
pidamos al Señor que los bendiga a ustedes y a sus amigos y a sus amigas en las
cárceles. Pero antes oremos a la Virgen para que nos lleve siempre hacia Jesús:
Ave María...
Papa Francisco
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