domingo, 17 de mayo de 2020

Misericordia o justicia en prisión (I)


(Reflexión en conciencia desde mi voluntariado)
Texto de la parábola del hijo pródigo Lc. 15, 11 - 32
(12 de abril de 2020)

1. PRESENTACIÓN DE LA REFLEXIÓN.
            He ahí la cuestión, “misericordia o justicia” o “caridad o derecho penal”. El debate y la reflexión no es baladí. Sé que, en algunos voluntarios de Pastoral Penitenciaria, esta disyuntiva genera un cierto conflicto de conciencia. Qué hay que hacer, y más para un ciudadano y a la vez cristiano. No es fácil llegar a una conclusión clara. Tampoco yo aquí lo pretendo. Pero tampoco podemos obviarlo. Hay voluntarios que tienen auténticos conflictos de conciencia y que no resuelven fácilmente. Por un lado cuando personificamos el derecho penal en personas que conocemos o acompañamos desde nuestro voluntariado lo tenemos claro, pero cuando los infractores ya no son gente que conocemos, nos sale la vena jurista y policíaca., y como toda sociedad pedimos justicia y penas más duras.
            La reflexión que voy a abordar tiene mucho que ver con el sentimiento de nuestra sociedad ante la comisión de delitos, ante la trasgresión de la norma. Tiene mucho que ver con la cárcel y con quienes están en ella. Vivimos un ambiente social de demanda de justicia, influenciada evidentemente por delitos mediáticos y de corte dramáticos. Socialmente hay una demanda de mayor justicia, mayor dureza en las penas y solo unas pequeñas voces claman por una segunda oportunidad, por el perdón, por la justicia restaurativa.
            Nuestra sociedad vive una dialéctica entre justicia y misericordia, entre penas y restauración, entre prisión y reinserción. Cuando nos olvidamos de la persona en un contexto tan delicado como es el delito, pasamos al espacio de la injusticia. Y en este ambiente nos olvidamos tanto del infractor como de la víctima. Cuando nos olvidamos de los protagonistas de la acción, víctima y victimario, estamos dejando que broten nuestros sentimientos más fríos y duros, que convierten nuestro corazón en injusto. Sentimientos que no dejan de ser primarios.
            En este momento se han endurecido y mucho el cumplimiento de penas. Cada cierto tiempo se van introduciendo modificaciones al código penal, y siempre para ser más duro y exigente con el infractor. En el año 1995, con la reforma del Código Penal se eliminaron las redenciones de penas por el trabajo. Las condenas se cumplen “a pulso”, como dicen los propios presos. Estamos corriendo el riesgo de que todo análisis pierda la ternura, el sentimiento, el amor. Olvidándonos de los actores de la situación, víctima y victimario, y al final esto no satisface a nadie. Pero esta es nuestra realidad.
            En cierta manera la demanda social de mayor endurecimiento de penas ya está recogida en nuestra “triste estadística penitenciaria” en España. En nuestro país los condenados españoles pasan más tiempo en prisión que la media de los condenados europeos. De muestra un dato: la cuarta parte (26%) de los presos de nuestras prisiones españolas pasan una media entre cinco y diez años de condena, en cambio en los países de la Unión Europea la media de esta cuarta parte es de tres años de prisión. La diferencia es clara. La media de un condenado o penado que pasa en las prisiones de España es de 18 meses, en cambio en la mayoría de los países de la Unión Europea es de 10 meses. ¿Qué nos dicen estos dos datos?, que para los mismos delitos tenemos en España penas más duras y elevadas.
            La experiencia personal hace que muchos voluntarios convivamos con estas dos realidades, por un lado un mayor reclamo del endurecimiento de penas como elemento disuasorio para la comisión de futuros delitos, y por otronos sentimos interpelados en apoyar a estos internos, que a muchos conocemos, pero que su situación y debilidad les ha llevado a prisión.
            El análisis de esta reflexión, que quiere ser desde el evangelio, se centra en la doble visión que tiene nuestra sociedad de la prisión y del delito. Hay una dialéctica constante: dureza penal y misericordia personal. Para ello me va a servir como elemento conductor la “parábola del hijo pródigo” , o también denominada más recientemente “Parábola del padre misericordioso”.

2. “SIN PROFUNDIDAD, SIN AMOR, LA HUMANIDAD SE ASFIXIA”.
            Si al hombre le quitamos el amor y la misericordia, le quedan los principios más primarios, más vitales, que llegan a asfixiar la humanidad, y anulan los sentimientos. Nos quedamos con una máquina que obedece a lo programado. Una máquina sin sentimientos, sin escrúpulos.
            Si a nuestras relaciones familiares, sociales, le quitamos el amor, el sentimiento y la humanidad convertimos nuestra familia en un código de normas que no satisface a nadie. Podría ser un cuartel, una prisión, donde cumplen órdenes y ya está. Mi familia es un espacio vital de amor, de cariño, por encima de las normas que también, en toda familia, deben de existir. Al final la persona es puro sentimiento, ama y quiere ser amado, querido. Si a las relaciones de amistad le quitamos el sentimiento, el aprecio la confianza, las convertimos en relaciones formales, de mero cumplimiento, y acaban desapareciendo. Lo mismo ocurre con el mundo de la justicia, del delito, si a esta realidad le quitamos el amor, la misericordia, la ternura nos estamos quedando con el código penal, puro y duro. Si a la justicia le quietamos el rostro y la vida del que juzga, se queda vacía, Y hoy en día este código penal es duro.
            Por eso como nos dice Dostoieswsky, si a los gobernantes, si a la cárcel, si a la justicia le quitamos corazón, la humanidad se asfixia. Se deshumaniza, pierde sentido su razón de ser. Aunque la justicia se pueda equivocar no se la puede despojar de sentimientos ni de humanidad.

3. MODELO SOCIAL, “PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO”.
            La dicotomía entre misericordia y justicia se expresa muy gráficamente en la parábola del hijo pródigo o el padre bueno y misericordioso. El padre (es la justicia) quiere ejercer misericordia con el hijo menor (cualquier interno que conocemos nosotros) que ha abandonado la casa paterna y el hijo mayor (la sociedad) pide justicia para su hermano que se ha ido de casa llevándose parte de la herencia.
            Aparecen tres actores que reflejan lo que se vive en nuestra sociedad. Por un lado el hijo pródigo, el victimario, que representaría a tanta gente que se ha salido de la norma, de la sociedad y que hoy está en prisión. Representa a tanta gente que le cuesta permanecer en la sociedad, en la legalidad, en lo establecido, y que nos sorprende con decisiones que nadie entiende. El hijo menor habla muy poco, al principio cuando “comete el delito”, cuando se va de casa, cuando se sale de la norma y pasa a engrosar la estadística de los marginados. Nos faltan muchos detalles, aunque seguramente no serán nada agradables, sino que más bien estarán cargados de tensión, reproches, justificaciones, como muchas situaciones de gente que conocemos que se va de casa y crea tensión y dolor familiar.
Luego está el hijo mayor, la sociedad, que pide justicia, y justicia dura. En el hijo mayor está esa multitud social que pide endurecer las penas, los que piden justicia, los que piden protección a través de la cárcel. Los que recogen firmas para endurecer las penas de ciertos delitos. Los que justifican la necesidad de la cárcel.
Para finalmente aparecer el padre misericordioso, que quiere rehabilitar al hijo, pero tampoco sabe muy bien cómo, y que sus opiniones y decisiones resultan impopulares, difíciles de aceptar y entender por la sociedad. Vendría a representar a la Pastoral Penitenciaria, a los que apuestan por la justicia restaurativa, a los que creen en las segundas oportunidades, a nosotros. En el padre estamos personas sensibles, personas comprometidas con esta causa. Y que en ocasiones nos genera conflicto con nuestro entorno más inmediato, tanto familia como amigos o gente de nuestro trabajo.
            Leer y reflexionar la parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso en clave de Pastoral Penitenciaria nos puede ayudar a ser mejores en nuestro compromiso con este mundo. Nos hace mejor voluntarios de Pastoral Penitenciaria. Es posible entender todos los actores que aparecen en este relato. Los tres son comprensibles, los tres son reales en nuestra sociedad y a los  tres los encontramos en la calle, en la vida real.. Y los tres tienen sus razones para haya personas que los comprenda, los entiendan y les den la razón. Hay razones para todo y para todos.
            Por eso quiero invitaros a analizar cada uno de los tres personajes que van a centrar nuestra reflexión.

3.1. Victimario, delincuente que acaba en prisión: hijo menor.
            El mismo relato del evangelio, sobre todo en la primera parte  hay una presentación descarnada, sin pasión, sin ternura. Presentan a un hijo pródigo con  descaro, con avaricia. Un hijo que se olvida de su familia, de la tristeza del padre cuando le pide parte de la herencia. Un hijo sin sentimientos. A veces cuando relatamos la vida de algunos presos, lo hacemos comprendiendo ciertas decisiones, ciertas actitudes, aquí no. No hay justificación, el hijo menor no tenía derecho ni razones para actuar así. Es un relato que hace complicado justificar al hijo menor. Tampoco es el objetivo de esta reflexión, justificar su decisión. Lo tiene todo y no hay razón para que se vaya de su casa. Un lector, lejano, distante del hecho no encuentra razones ni para comprender ni para entender este actuar. Es cierto que tampoco sabemos cómo eran las relaciones intrafamiliares, con el padre, con el hijo mayor, con el resto de la familia. Entendemos que no serían buenas, que no serían positivas.
            El hijo menor es el vivo reflejo de mucha gente que encontramos en la cárcel, la imagen de hombres y mujeres que actuaron de una determinada manera que hace muy difícil su comprensión y justificación. Una actuación motivada por intereses materiales, la parte de la herencia que le corresponde. Cualquiera que lea este texto le provoca palabras de condena, casi de ira ante tal comportamiento. Una primera lectura nos aboca a la condena de la decisión del hijo menor.
            En la cárcel encontramos muchos hijos menores a los que cuesta entender, no digo ya justificar, sino entender y comprender ese actuar. Son los casi 60.000 presos que pueblan nuestras prisiones españolas. Muchos de estos presos se llaman así mismos “hijos pródigos”, u “oveja negra”. ¿Nunca se te ha presentado un interno diciendo de sí mismo que “soy la oveja negra de mi familia”?. En la prisión hay un cierto complejo de hijos pródigos. Pues hay un “modus operandi” similar: abandono de casa, gasto de dinero, falta de trabajo…mentiras, tensión, dinero, horarios incompatibles con la vida familiar.
            Aquí la prisión tiene nombre, el cuidado de los cerdos, actividad baja y denostada por la sociedad, como la estancia en prisión, que marca y estigmatiza. El texto hace énfasis en ese estar con los cerdos, porque los judíos no comían cerdo por ser un animal impuro. Hasta ese punto se llega de bajeza, que le toca estar con lo que más repugna la sociedad judía, el cerdo. Vemos que en ese estar con los cerdos, ese estar “como si fuese en prisión”, le lleva a pensar, a reflexionar. Es estar en lo más bajo, estar humillado. Es un tiempo para encontrarse con la realidad. Hay muchos hombres y mujeres en prisión que están “como cuidando cerdos”. Se dan cuenta que lo han perdido todo, no les queda nada, y miran hacia atrás y se dan cuenta lo que han dejado. Es curioso en tiempo de Jesús cuidar cerdos estaba tan mal visto como estar en la cárcel.
            A uno se le desgarra el corazón cuando escucha al hijo pródigo, “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo” . En estas palabras vemos cómo el hijo menor asume la culpa, reconoce que ha obrado mal, reconoce el delito y quiere restaurarlo, reconciliarse con el Padre y quiere retribuirlo, “trátame como a uno de tus jornaleros” . En estas palabras encontramos el reconocimiento del delito, y la voluntad de restaurar el mal cometido. Volver a la casa del Padre es reajustar la vida, es buscar esa luz que le ayude a poner orden en su vida y en sus decisiones. Es una forma de devolver al Padre lo que ha hecho por él de aceptarlo nuevamente, trabajar gratis y conformarse con la comida. Es la manera que tiene el hijo de devolver lo quitado, que no es otra cosa que haberse gastado toda la herencia. No es fácil esta reflexión, que normalmente se realiza cuando ha tocado fondo, cuando ha visto la realidad tal y como es. Es el primer paso para volver, para levantarse. Es difícil comenzar el camino de vuelta sin antes un reconocimiento de su fallo, de su pecado.

3.2. Sociedad que se cree buena: hijo mayor.
            El hijo mayor, el que se supone hijo modélico y perfecto, se enfada mucho con la vuelta de su hermano menor. No le perdona que se haya ido de casa y se haya llevado parte de la herencia. Pero no se lo recrimina al hermano, se enfada con el padre porque ejerce la misericordia, en vez de la justicia. Inclusive no es capaz de reconocer a su padre, y se dirige a él con palabras duras e irónicas, con un «mira» tan insolente que muchos otros padres les hubiese roto el alma.Y otros padres le hubiesen roto la cara al hijo, por contestar así.
            Al hijo mayor habría que citarle lo que dice el Papa Francisco en la bula “Ante la visión de la justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo a las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina por mostrar el gran don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. El reclamo a observar la Ley no puede obstaculizar la atención por las necesidades que tocan la dignidad de las personas. Cita a Oseas “quiero amor, no sacrificio” . La norma de sus discípulos, dice Jesús,  deberá ser la que da el primado a la misericordia. Esta se revela una vez más, como la misión fundamental de Jesús. “Su compartir con aquellos que la Ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su misericordia” .
            Al hermano mayor podríamos citarle las palabras de Dostoieski “Sin profundidad, sin amor, la humanidad se asfixia, no tenéis ternura, solo tenéis justicia, por eso sois injustos”. Estas palabras fuertes las vive el hermano mayor cuando le reclama al padre “ese hijo tuyo”, que es como decirle “para mí ya está muerto”. Lo que se suponía alegría se convierte en tristeza, lo que se esperaba que fuese misericordia se torna en reclamo de justicia. Lo que se esperaba amor, se transforma en indiferencia del hijo mayor hacia el menor y hacia el mismo padre.
           El hijo mayor recrimina la actitud del Padre para con su hermano, le echa en cara que nunca ha tenido un detalle con él. Sólo hace una fiesta cuando regresa el hijo menor. Se molesta más por el perdón hacia el hijo menor, que no porque a él no le ha dado lo que le corresponde. Se molesta con el padre por perdonar a su hermano. Él esperaba un castigo ejemplar, un castigo merecido. Le molesta el perdón y la misericordia, además le comenta: «nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos». Ya sabemos qué es lo que más ilusión le hace: comerse los bienes del padre con otras personas, fuera de casa. ¡Pues lo mismo que ha hecho el hijo menor!. En el fondo siente envidia porque él no ha hecho lo de su hermano menor. En el fondo es igual que su hermano, también deseaba los bienes de su padre.
            El hijo mayor no reconoce que su padre es su padre “ese hijo tuyo”, no le interesa entrar en su propia casa, no quiere hacer una fiesta con su propio padre, no acepta que su hermano sea su hermano; él sí quiere hacer fiesta, pero no con su padre, sino fuera de la casa, lejos de su padre. Esta escena es dura, fuerte, el hijo mayor, el bueno, el fiel, el cumplidor, renuncia a su padre, no quiere participar de la fiesta. En el fondo, el hijo mayor desea lo mismo que el menor, sólo que el menor, quizá porque es más valiente, o más ingenuo, ha sido capaz de cumplir su deseo, y el hijo mayor no. El hijo menor se ha enfrentado con la realidad: vivir lejos del padre le ha hundido en la miseria, y vuelve con la esperanza mermada por las dificultades. El padre aprovecha esta situación para restituirlo del todo en su condición de hijo, que es mucho más de lo que él podría haber soñado. El perdón molesta al hijo mayor, al “bueno”.
            En nuestra sociedad hay muchos hijos mayores que reclaman justicia, que reclaman dureza de ley, y esto los presos lo saben, lo oyen. Y esto les hace ser temerosos, en ocasiones débiles. Muchos hijos mayores con nombre y rostros de medios de comunicación, de organizaciones sociales, de recogida de firmas, inclusive de grupos religiosos, amparados en el evangelio de la “ley de Moisés”. Por eso en este ambiente dominado por la justicia no siempre resulta fácil transmitir misericordia, no es sencillo ver el amor, el perdón y la misericordia de Dios, cuando les ha caído todo el peso de la ley. Nuestra motivación será lo que Dios dice en Oseas “misericordia quiero y no sacrificios”, unos sacrificios que estaban marcados por la ley.
            El hijo mayor es el que recoge firmas para que se imponga en nuestro ordenamiento jurídico la Prisión Permanente Revisable. Es el que pide que se endurezca la ley, amparado en una mayor seguridad de nuestra sociedad, y sobre todo de nuestras familias. Son las personas que llevan este reclamo de dureza a un terreno personal, “si lo hiciesen con uno de tu familia, ¿qué dirías?”.  Llegan a argumentos objetivos partiendo de presupuestos subjetivos. De un caso o situación personal a un endurecimiento de las penas. Mayor cárcel, menos permisos, menos salidas.

3.3. Misericordia: el padre.
            El padre no pregunta lo que ha hecho, lo ve de lejos corre hacia él y lo abraza, lo besa. No le recrimina, no le reprocha. No espera a que el hijo menor llegue y le pida perdón, lo aborda y se adelanta. Esa es la actitud de la Iglesia cuando entra en prisión, vemos a los internos de lejos, los saludamos, les sonreímos, les abrazamos y compartimos con ellos. No les decimos lo que han hecho, no les reprochamos nada. Somos los que vamos a celebrar una fiesta con ellos, porque nos alegra encontrarlos, abrazarlos. Queremos que pase adentro como invitó el padre al hijo pródigo. Queremos restituirlo desde fuera hacia adentro. Nosotros cuando vamos a prisión nos encontramos con el mismo Cristo que está preso “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” . Y el padre como nosotros somos los que creemos que el hijo menor ya no se va a volver a ir, somos de los que le abrimos la puerta y le damos nueva oportunidad. Los que volvemos a confiar en él. Participa en actividades que organiza la Pastoral Penitenciaria, se siente receptivo con el mensaje de la iglesia y eso nos lleva a creer en él, en contra de lo que cree la propia sociedad. El padre de la parábola se encarna en la pastoral penitenciaria. Porque cuando vamos a la prisión estamos abriendo la puerta a una nueva oportunidad, estamos mostrándole el futuro, sin mirar al pasado.
            Pero al igual que el padre de la parábola, la iglesia se alegra por la vuelta del hijo a casa, se alegra porque el preso escucha el mensaje, se plantea la vida. En la parábola el hijo menor quiere que se le trate como a un jornalero más. En la prisión el interno hace propósitos por su hijo, por sus padres, por su esposa. Cuando uno descubre razones para vivir, encuentra razones para cambiar.

CONTINUARÁ

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL (Nadie te va a preguntar, responde con sinceridad)
  1. ¿Crees que nuestra sociedad está asfixiada porque le falta amor, sensibilidad, ternura?. ¿O la ves bien tal y como la vives día a día?.
  2. ¿Percibes que en nuestra sociedad hay estas dos realidades?. ¿Una que pide más justicia, más dureza, incluso desde sectores de la misma Iglesia, y otra más misericordiosa?.
  3. En esta reflexión aparecen tres personajes: el padre, el hijo mayor y el hijo menor, ¿comprendes la actitud de los tres?, ¿se pueden comprender unas más que otras?, ¿con cuál te identificas más?.
  4. ¿Qué crees que necesita nuestra sociedad para ser como el padre de la parábola?.
  5. Cómo ves nuestro sistema penal, judicial, penitenciaria, ¿crees que es duro, blando, humano, desencarnado?, ¿por qué?.


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