sábado, 13 de octubre de 2012

Encuentro con Cristo en la prisión

La verdad es que soy un hombre de suerte y mi suerte va ligada a Cristo, ahora lo sé”. Estas palabras dichas por un preso resumen el encuentro con el Señor que se produce en las cárceles españolas. Miles de internos cumplen condenas en ellas y durante este tiempo se han podido encontrar con ellos mismos y con aquel Dios al que tenían olvidado.
Vuelven como el hijo pródigo, como el que necesita de nuevo el consuelo de un padre. “No te condeno, vete y no peques más”. Estas palabras de Jesús a María Magdalena resuenan con fuerza en estas personas que no se sienten abandonadas por la Iglesia, más bien al contrario, están agradecidas por haberles ayudado a recuperar su dignidad.


Ejemplo de ello es lo que ocurre en el centro penitenciario de Ocaña II donde unos 70 presos acuden regularmente a los servicios religiosos. Más de un 10% del total. Antes que ellos han sido otros los que han recuperado la libertad y ahora viven su fe en las parroquias. Don Eusebio López, capellán de esta prisión, cuenta como ha visto cambios en muchos internos tras el contacto frecuente con la Eucaristía. Relata como en los años que lleva con esta misión ha bautizado a presos, les ha dado su primera comunión y les ha confirmado. Incluso ha casado a varios de estos internos y ha bautizado a sus hijos. “Aunque sólo sea por esto, ya merece la pena haberme hecho sacerdote”, afirma.

“Les he visto llorar y dejar las drogas”.
Las misas que se celebran en la capilla de la cárcel son realmente vivas y participadas. “Hablan desde una experiencia en la que la palabra que escuchan la sienten como sanadora”, afirma, añadiendo también que “tengo la experiencia de cómo Dios y el Espíritu Santo hablan a través de gente que aparentemente no sabe nada. Se ve la fuerza del Espíritu”.
El encuentro con Jesucristo provoca estos cambios. Antonio y Rosario, dos laicos que ayudan en la pastoral penitenciaria y que impartiendo unas catequesis a estos internos han visto un “fruto abundante”. “Les he visto llorar y dejar las drogas cuando a algunos de ellos se les ha presentado a Jesucristo y el amor de Dios. Ahora ya duermen tranquilamente”.

Los presos así lo ven y en sus experiencias queda reflejado. Uno de estos internos de Ocaña II tiene clarísimo que “quienes ya hemos sido condenados por la justicia humana aun contamos con el perdón divino”. Gracias a las palabras del Evangelio y a la Eucaristía “he reencontrado a Cristo y he recibido el don de la fe, la esperanza y el amor y como consecuencia me he podido arrepentir de mis culpas”. Llevando la Palabra a su vida los reclusos católicos de esta cárcel “nos convertimos en el hijo pródigo que estaba perdido y ha regresado, en la oveja perdida que el Buen Pastor salió a buscar y, gracias a Dios, ha encontrado”.


La catequesis de un preso al catequista.
Dios escribe recto en renglones torcidos y utiliza instrumentos inimaginables para encontrarse con las personas. Incluso en el hecho de que sea un preso el que de una palabra de ánimo al catequista que le visita para reconfortarle. Es lo que ocurrió en esta cárcel cuando uno de los voluntarios de la parroquia dejó de ir durante un tiempo a la prisión. Entonces le llegó una carta de un interno con unas letras para nada esperadas. “Esta noche he sentido de Dios darte ánimos y te digo que le hagas caso a tu corazón y decidas lo que decidas con tu vida piensa que no es tuya, sino de Dios. Yo personalmente quiero que vengas y te asegures el cachito de cielo que te ha dado Dios y le podamos dar gracias juntos y toda la gloria a quién es el Señor de Señores. ¡DIOS TE AMA Y QUIERE LO MEJOR PARA TU VIDA!”. Estas letras fueron efectivas y años más tarde sigue acompañando todas las semanas a los presos en su camino hacia Dios.

Los frutos de la conversión.
El encuentro con Cristo transforma la vida del que tiene esta experiencia porque “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, como dijo San Pablo. Por ello, el preso que ha visto perdonadas sus culpas también tiene el ímpetu de ayudar al otro, de animarle a salir de la oscuridad.
Este recluso de Ocaña II ha escrito al resto de internos exhortándoles a cambiar de vida poniéndoles como ejemplo su vida. “El vicio, las drogas, la vida desordenada y el exceso conducen al delito, al dolor y sufrimiento nuestro y de nuestros seres queridos; conducen a desperdiciar nuestra vida. Sé de lo que estoy hablando pues he sido alcohólico y fumador empedernido de base de cocaína. He visto el dolor en la mirada de mi madre, la angustia de mi padre, la tristeza de mi esposa, la vergüenza de mis hijas…he llorado de vergüenza, de rabia e impotencia. He conocido el fracaso y el desperdicio de mi vida”.
Sin embargo, en su experiencia afirma con convencimiento que “se puede detener esa espiral de degradación. Yo, gracias a Dios, lo he conseguido, por eso sé que se puede; que tú compañero, también puedes. Hazlo por ti, por aquéllos que te aman. Deja la droga, deja el trapicheo, toma en serio tu vida porque, créeme, es algo serio. Recuerda que la juventud no es eterna, que la salud se pierde y que peor aun que morir de sobredosis es envejecer sin dignidad, esclavo del vicio, sin salud ni amor”.
A pesar de las dificultades sí se puede. “Sé que no es fácil, yo sé lo duro que es porque lo he hecho y te juro que viendo la alegría de mi madre, viendo a mi padre, a mi mujer y a mis hijas orgullosas de mí, doy gracias a Dios y, con una serenidad del alma que creía haber perdido, me digo a mí mismo que ha valido la pena”.


Una experiencia dirigida a los jóvenes.
Los jóvenes también han podido escuchar las experiencias de los internos con ocasión de la visita de la Cruz de la JMJ a la prisión. Allí les explicaron las consecuencias de los pecados. Uno de ellos les explicó cómo lo ha tenido todo en la vida: dinero, un buen trabajo, una familia... “Después quise probar cosas nuevas, juergas, drogas, otros ambientes. Sin darme cuenta me fui alejando de todo lo bueno que había logrado” hasta acabar en la cárcel.
Sin embargo, “al darme cuenta, volví a Él, llamé a su puerta y me abrió, Él siempre estuvo esperándome. ¿Y qué pasó?. A una velocidad increíble todo volvió; lo primero fue el respeto por mí mismo y el de los demás, el resto fue más fácil”. “La verdad es que soy un hombre de suerte y mi suerte va ligada a Cristo, ahora lo sé”.

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