La cárcel es como altar de sacrificios donde expulsamos y
encerramos (matamos simbólicamente) a los culpables, para creer que vivimos así
en paz. La paz de nuestras sociedades es casi siempre paz violenta, pues se alcanza
y mantiene expulsando a los “culpables. En general, nuestra sociedad no les
mata (ha suprimido la pena de muerte), pero les separa, encierra y vigila. Así,
la existencia de la cárcel nos ofrece una justificación interior (creer que
somos justos) y una seguridad exterior (arrojamos de la circulación social a
los que nos molestan.
Y es justamente por eso, que debemos escuchar la palabra
del Libertador de Nazaret. Quizás la palabra más seria y honda de la Biblia. Jesús, Mesías de Dios, es el encarcelado,
pues él mismo nos dice:
“Vengan, benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; extranjero y me acogieron; estaba desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a mí... En verdad les digo: cada vez que lo hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicieron” (Mt 25, 31 -46). Por eso, el servicio a los encarcelados (cristianos, no cristianos, culpables o inocentes) no es una simple obra social sino un misterio religioso, porque Dios está presente en ellos, como creador y amigo, como redentor y compañero. Precisamente aquellos a quienes la sociedad expulsa del sistema, pues no sabe o no puede integrarlos en su estructura, son para Jesús el centro y culmen de su proyecto de reino.
“Vengan, benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; extranjero y me acogieron; estaba desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a mí... En verdad les digo: cada vez que lo hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicieron” (Mt 25, 31 -46). Por eso, el servicio a los encarcelados (cristianos, no cristianos, culpables o inocentes) no es una simple obra social sino un misterio religioso, porque Dios está presente en ellos, como creador y amigo, como redentor y compañero. Precisamente aquellos a quienes la sociedad expulsa del sistema, pues no sabe o no puede integrarlos en su estructura, son para Jesús el centro y culmen de su proyecto de reino.
¿Qué podemos hacer?.
Es importante que la sociedad conozca las raíces de la
delincuencia y la forma de vida de los encarcelados, que no tenga miedo a saber
y a implicarse, pues la vida social es tarea de todos. Sólo quien conoce puede
liberar. Sólo quien quiere saber las razones de la exclusión y violencia,
poniéndose de parte de las víctimas y queriendo ayudar, al mismo tiempo, a los
delincuentes podrá acompañar a unos y otros, de modos distintos y
complementarios, en el camino de la libertad.
La iglesia debe buscar un modo más hondo de comunicación,
de presencia personal y diálogo con los encarcelados. En sí misma, la justicia les
condena a un tipo de encierro físico, pero no a una incomunicación personal. Por eso, los agentes cristianos de la pastoral
penitenciaria (liberadora) hemos de ser hombres y mujeres que escuchan y
responden, personas que dialogan, ofreciendo a los encarcelados (y a aquéllos
que están en el entorno de la cárcel) un espacio de comunicación humana que les
permita vivir re-creando el pasado y abriendo un camino de vida para el futuro.
Un saludo lleno de mucho afecto a
todos los hombres y mujeres presas en Tenerife y La Palma en la espera de la
libertad. Admiración y agradecimiento a todos los profesionales que cada día
trabajan y sirven en el recinto penitenciario.
Feliz celebración de La Merced.
Domingo
Marrero, Delegado
Diocesano de Pastoral Penitenciaria y Capellán de la Cárcel
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