(Reflexión en conciencia desde mi voluntariado)
Texto de la parábola del hijo pródigo Lc. 15, 11 - 32
(12 de abril de 2020)
1. PRESENTACIÓN DE LA
REFLEXIÓN.
He ahí la cuestión,
“misericordia o justicia” o “caridad o derecho penal”. El debate y la reflexión
no es baladí. Sé que, en algunos voluntarios de Pastoral Penitenciaria, esta
disyuntiva genera un cierto conflicto de conciencia. Qué hay que hacer, y más
para un ciudadano y a la vez cristiano. No es fácil llegar a una conclusión
clara. Tampoco yo aquí lo pretendo. Pero tampoco podemos obviarlo. Hay
voluntarios que tienen auténticos conflictos de conciencia y que no resuelven
fácilmente. Por un lado cuando personificamos el derecho penal en personas que
conocemos o acompañamos desde nuestro voluntariado lo tenemos claro, pero
cuando los infractores ya no son gente que conocemos, nos sale la vena jurista
y policíaca., y como toda sociedad pedimos justicia y penas más duras.
La reflexión que voy a
abordar tiene mucho que ver con el sentimiento de nuestra sociedad ante la
comisión de delitos, ante la trasgresión de la norma. Tiene mucho que ver con
la cárcel y con quienes están en ella. Vivimos un ambiente social de demanda de
justicia, influenciada evidentemente por delitos mediáticos y de corte
dramáticos. Socialmente hay una demanda de mayor justicia, mayor dureza en las
penas y solo unas pequeñas voces claman por una segunda oportunidad, por el
perdón, por la justicia restaurativa.
Nuestra sociedad vive
una dialéctica entre justicia y misericordia, entre penas y restauración, entre
prisión y reinserción. Cuando nos olvidamos de la persona en un contexto tan
delicado como es el delito, pasamos al espacio de la injusticia. Y en este
ambiente nos olvidamos tanto del infractor como de la víctima. Cuando nos
olvidamos de los protagonistas de la acción, víctima y victimario, estamos
dejando que broten nuestros sentimientos más fríos y duros, que convierten
nuestro corazón en injusto. Sentimientos que no dejan de ser primarios.
En este momento se han
endurecido y mucho el cumplimiento de penas. Cada cierto tiempo se van
introduciendo modificaciones al código penal, y siempre para ser más duro y
exigente con el infractor. En el año 1995, con la reforma del Código Penal se
eliminaron las redenciones de penas por el trabajo. Las condenas se cumplen “a
pulso”, como dicen los propios presos. Estamos corriendo el riesgo de que todo
análisis pierda la ternura, el sentimiento, el amor. Olvidándonos de los
actores de la situación, víctima y victimario, y al final esto no satisface a
nadie. Pero esta es nuestra realidad.
En cierta manera la
demanda social de mayor endurecimiento de penas ya está recogida en nuestra
“triste estadística penitenciaria” en España. En nuestro país los condenados
españoles pasan más tiempo en prisión que la media de los condenados europeos.
De muestra un dato: la cuarta parte (26%) de los presos de nuestras prisiones
españolas pasan una media entre cinco y diez años de condena, en cambio en los
países de la Unión Europea la media de esta cuarta parte es de tres años de
prisión. La diferencia es clara. La media de un condenado o penado que pasa en
las prisiones de España es de 18 meses, en cambio en la mayoría de los países
de la Unión Europea es de 10 meses. ¿Qué nos dicen estos dos datos?, que para
los mismos delitos tenemos en España penas más duras y elevadas.
La experiencia
personal hace que muchos voluntarios convivamos con estas dos realidades, por
un lado un mayor reclamo del endurecimiento de penas como elemento disuasorio
para la comisión de futuros delitos, y por otronos sentimos interpelados en
apoyar a estos internos, que a muchos conocemos, pero que su situación y
debilidad les ha llevado a prisión.
El análisis de esta
reflexión, que quiere ser desde el evangelio, se centra en la doble visión que
tiene nuestra sociedad de la prisión y del delito. Hay una dialéctica
constante: dureza penal y misericordia personal. Para ello me va a servir como
elemento conductor la “parábola del hijo pródigo” , o también denominada más
recientemente “Parábola del padre misericordioso”.
2. “SIN PROFUNDIDAD, SIN
AMOR, LA HUMANIDAD SE ASFIXIA”.
Si al hombre le
quitamos el amor y la misericordia, le quedan los principios más primarios, más
vitales, que llegan a asfixiar la humanidad, y anulan los sentimientos. Nos
quedamos con una máquina que obedece a lo programado. Una máquina sin
sentimientos, sin escrúpulos.
Si a nuestras
relaciones familiares, sociales, le quitamos el amor, el sentimiento y la
humanidad convertimos nuestra familia en un código de normas que no satisface a
nadie. Podría ser un cuartel, una prisión, donde cumplen órdenes y ya está. Mi
familia es un espacio vital de amor, de cariño, por encima de las normas que
también, en toda familia, deben de existir. Al final la persona es puro
sentimiento, ama y quiere ser amado, querido. Si a las relaciones de amistad le
quitamos el sentimiento, el aprecio la confianza, las convertimos en relaciones
formales, de mero cumplimiento, y acaban desapareciendo. Lo mismo ocurre con el
mundo de la justicia, del delito, si a esta realidad le quitamos el amor, la
misericordia, la ternura nos estamos quedando con el código penal, puro y duro.
Si a la justicia le quietamos el rostro y la vida del que juzga, se queda
vacía, Y hoy en día este código penal es duro.
Por eso como nos dice
Dostoieswsky, si a los gobernantes, si a la cárcel, si a la justicia le
quitamos corazón, la humanidad se asfixia. Se deshumaniza, pierde sentido su
razón de ser. Aunque la justicia se pueda equivocar no se la puede despojar de
sentimientos ni de humanidad.
3. MODELO SOCIAL,
“PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO”.
La dicotomía entre
misericordia y justicia se expresa muy gráficamente en la parábola del hijo
pródigo o el padre bueno y misericordioso. El padre (es la justicia) quiere
ejercer misericordia con el hijo menor (cualquier interno que conocemos
nosotros) que ha abandonado la casa paterna y el hijo mayor (la sociedad) pide
justicia para su hermano que se ha ido de casa llevándose parte de la herencia.
Aparecen tres actores
que reflejan lo que se vive en nuestra sociedad. Por un lado el hijo pródigo, el
victimario, que representaría a tanta gente que se ha salido de la norma, de la
sociedad y que hoy está en prisión. Representa a tanta gente que le cuesta
permanecer en la sociedad, en la legalidad, en lo establecido, y que nos
sorprende con decisiones que nadie entiende. El hijo menor habla muy poco, al
principio cuando “comete el delito”, cuando se va de casa, cuando se sale de la
norma y pasa a engrosar la estadística de los marginados. Nos faltan muchos
detalles, aunque seguramente no serán nada agradables, sino que más bien
estarán cargados de tensión, reproches, justificaciones, como muchas
situaciones de gente que conocemos que se va de casa y crea tensión y dolor
familiar.
Luego está el hijo mayor, la sociedad, que pide justicia, y justicia
dura. En el hijo mayor está esa multitud social que pide endurecer las penas,
los que piden justicia, los que piden protección a través de la cárcel. Los que
recogen firmas para endurecer las penas de ciertos delitos. Los que justifican
la necesidad de la cárcel.
Para finalmente aparecer el padre misericordioso,
que quiere rehabilitar al hijo, pero tampoco sabe muy bien cómo, y que sus
opiniones y decisiones resultan impopulares, difíciles de aceptar y entender
por la sociedad. Vendría a representar a la Pastoral Penitenciaria, a los que
apuestan por la justicia restaurativa, a los que creen en las segundas
oportunidades, a nosotros. En el padre estamos personas sensibles, personas
comprometidas con esta causa. Y que en ocasiones nos genera conflicto con
nuestro entorno más inmediato, tanto familia como amigos o gente de nuestro
trabajo.
Leer y reflexionar la
parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso en clave de Pastoral
Penitenciaria nos puede ayudar a ser mejores en nuestro compromiso con este
mundo. Nos hace mejor voluntarios de Pastoral Penitenciaria. Es posible
entender todos los actores que aparecen en este relato. Los tres son
comprensibles, los tres son reales en nuestra sociedad y a los tres los encontramos en la calle, en la vida
real.. Y los tres tienen sus razones para haya personas que los comprenda, los
entiendan y les den la razón. Hay razones para todo y para todos.
Por eso quiero
invitaros a analizar cada uno de los tres personajes que van a centrar nuestra
reflexión.
3.1. Victimario, delincuente
que acaba en prisión: hijo menor.
El mismo relato del
evangelio, sobre todo en la primera parte
hay una presentación descarnada, sin pasión, sin ternura. Presentan a un
hijo pródigo con descaro, con avaricia.
Un hijo que se olvida de su familia, de la tristeza del padre cuando le pide
parte de la herencia. Un hijo sin sentimientos. A veces cuando relatamos la
vida de algunos presos, lo hacemos comprendiendo ciertas decisiones, ciertas
actitudes, aquí no. No hay justificación, el hijo menor no tenía derecho ni
razones para actuar así. Es un relato que hace complicado justificar al hijo
menor. Tampoco es el objetivo de esta reflexión, justificar su decisión. Lo
tiene todo y no hay razón para que se vaya de su casa. Un lector, lejano,
distante del hecho no encuentra razones ni para comprender ni para entender
este actuar. Es cierto que tampoco sabemos cómo eran las relaciones
intrafamiliares, con el padre, con el hijo mayor, con el resto de la familia.
Entendemos que no serían buenas, que no serían positivas.
El hijo menor es el
vivo reflejo de mucha gente que encontramos en la cárcel, la imagen de hombres
y mujeres que actuaron de una determinada manera que hace muy difícil su
comprensión y justificación. Una actuación motivada por intereses materiales,
la parte de la herencia que le corresponde. Cualquiera que lea este texto le
provoca palabras de condena, casi de ira ante tal comportamiento. Una primera
lectura nos aboca a la condena de la decisión del hijo menor.
En la cárcel
encontramos muchos hijos menores a los que cuesta entender, no digo ya
justificar, sino entender y comprender ese actuar. Son los casi 60.000 presos
que pueblan nuestras prisiones españolas. Muchos de estos presos se llaman así
mismos “hijos pródigos”, u “oveja negra”. ¿Nunca se te ha presentado un interno
diciendo de sí mismo que “soy la oveja negra de mi familia”?. En la prisión hay
un cierto complejo de hijos pródigos. Pues hay un “modus operandi” similar:
abandono de casa, gasto de dinero, falta de trabajo…mentiras, tensión, dinero,
horarios incompatibles con la vida familiar.
Aquí la prisión tiene
nombre, el cuidado de los cerdos, actividad baja y denostada por la sociedad,
como la estancia en prisión, que marca y estigmatiza. El texto hace énfasis en
ese estar con los cerdos, porque los judíos no comían cerdo por ser un animal
impuro. Hasta ese punto se llega de bajeza, que le toca estar con lo que más
repugna la sociedad judía, el cerdo. Vemos que en ese estar con los cerdos, ese
estar “como si fuese en prisión”, le lleva a pensar, a reflexionar. Es estar en
lo más bajo, estar humillado. Es un tiempo para encontrarse con la realidad.
Hay muchos hombres y mujeres en prisión que están “como cuidando cerdos”. Se
dan cuenta que lo han perdido todo, no les queda nada, y miran hacia atrás y se
dan cuenta lo que han dejado. Es curioso en tiempo de Jesús cuidar cerdos
estaba tan mal visto como estar en la cárcel.
A uno se le desgarra
el corazón cuando escucha al hijo pródigo, “Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo” . En estas palabras vemos cómo el
hijo menor asume la culpa, reconoce que ha obrado mal, reconoce el delito y
quiere restaurarlo, reconciliarse con el Padre y quiere retribuirlo, “trátame
como a uno de tus jornaleros” . En estas palabras encontramos el reconocimiento
del delito, y la voluntad de restaurar el mal cometido. Volver a la casa del
Padre es reajustar la vida, es buscar esa luz que le ayude a poner orden en su
vida y en sus decisiones. Es una forma de devolver al Padre lo que ha hecho por
él de aceptarlo nuevamente, trabajar gratis y conformarse con la comida. Es la
manera que tiene el hijo de devolver lo quitado, que no es otra cosa que
haberse gastado toda la herencia. No es fácil esta reflexión, que normalmente
se realiza cuando ha tocado fondo, cuando ha visto la realidad tal y como es.
Es el primer paso para volver, para levantarse. Es difícil comenzar el camino
de vuelta sin antes un reconocimiento de su fallo, de su pecado.
3.2. Sociedad que se cree
buena: hijo mayor.
El hijo mayor, el que
se supone hijo modélico y perfecto, se enfada mucho con la vuelta de su hermano
menor. No le perdona que se haya ido de casa y se haya llevado parte de la
herencia. Pero no se lo recrimina al hermano, se enfada con el padre porque ejerce
la misericordia, en vez de la justicia. Inclusive no es capaz de reconocer a su
padre, y se dirige a él con palabras duras e irónicas, con un «mira» tan
insolente que muchos otros padres les hubiese roto el alma.Y otros padres le
hubiesen roto la cara al hijo, por contestar así.
Al hijo mayor habría
que citarle lo que dice el Papa Francisco en la bula “Ante la visión de la
justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo a las personas
en justos y pecadores, Jesús se inclina por mostrar el gran don de la
misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la
salvación. El reclamo a observar la Ley no puede obstaculizar la atención por
las necesidades que tocan la dignidad de las personas. Cita a Oseas “quiero
amor, no sacrificio” . La norma de sus discípulos, dice Jesús, deberá ser la que da el primado a la
misericordia. Esta se revela una vez más, como la misión fundamental de Jesús.
“Su compartir con aquellos que la Ley consideraba pecadores permite comprender
hasta dónde llega su misericordia” .
Al hermano mayor
podríamos citarle las palabras de Dostoieski “Sin profundidad, sin amor, la
humanidad se asfixia, no tenéis ternura, solo tenéis justicia, por eso sois
injustos”. Estas palabras fuertes las vive el hermano mayor cuando le reclama
al padre “ese hijo tuyo”, que es como decirle “para mí ya está muerto”. Lo que
se suponía alegría se convierte en tristeza, lo que se esperaba que fuese
misericordia se torna en reclamo de justicia. Lo que se esperaba amor, se transforma
en indiferencia del hijo mayor hacia el menor y hacia el mismo padre.
El hijo mayor no
reconoce que su padre es su padre “ese hijo tuyo”, no le interesa entrar en su
propia casa, no quiere hacer una fiesta con su propio padre, no acepta que su
hermano sea su hermano; él sí quiere hacer fiesta, pero no con su padre, sino
fuera de la casa, lejos de su padre. Esta escena es dura, fuerte, el hijo
mayor, el bueno, el fiel, el cumplidor, renuncia a su padre, no quiere
participar de la fiesta. En el fondo, el hijo mayor desea lo mismo que el
menor, sólo que el menor, quizá porque es más valiente, o más ingenuo, ha sido
capaz de cumplir su deseo, y el hijo mayor no. El hijo menor se ha enfrentado
con la realidad: vivir lejos del padre le ha hundido en la miseria, y vuelve
con la esperanza mermada por las dificultades. El padre aprovecha esta
situación para restituirlo del todo en su condición de hijo, que es mucho más
de lo que él podría haber soñado. El perdón molesta al hijo mayor, al “bueno”.
En nuestra sociedad
hay muchos hijos mayores que reclaman justicia, que reclaman dureza de ley, y
esto los presos lo saben, lo oyen. Y esto les hace ser temerosos, en ocasiones
débiles. Muchos hijos mayores con nombre y rostros de medios de comunicación,
de organizaciones sociales, de recogida de firmas, inclusive de grupos
religiosos, amparados en el evangelio de la “ley de Moisés”. Por eso en este
ambiente dominado por la justicia no siempre resulta fácil transmitir
misericordia, no es sencillo ver el amor, el perdón y la misericordia de Dios,
cuando les ha caído todo el peso de la ley. Nuestra motivación será lo que Dios
dice en Oseas “misericordia quiero y no sacrificios”, unos sacrificios que
estaban marcados por la ley.
El hijo mayor es el
que recoge firmas para que se imponga en nuestro ordenamiento jurídico la
Prisión Permanente Revisable. Es el que pide que se endurezca la ley, amparado
en una mayor seguridad de nuestra sociedad, y sobre todo de nuestras familias.
Son las personas que llevan este reclamo de dureza a un terreno personal, “si
lo hiciesen con uno de tu familia, ¿qué dirías?”. Llegan a argumentos objetivos partiendo de
presupuestos subjetivos. De un caso o situación personal a un endurecimiento de
las penas. Mayor cárcel, menos permisos, menos salidas.
3.3. Misericordia: el padre.
El padre no pregunta
lo que ha hecho, lo ve de lejos corre hacia él y lo abraza, lo besa. No le
recrimina, no le reprocha. No espera a que el hijo menor llegue y le pida
perdón, lo aborda y se adelanta. Esa es la actitud de la Iglesia cuando entra
en prisión, vemos a los internos de lejos, los saludamos, les sonreímos, les
abrazamos y compartimos con ellos. No les decimos lo que han hecho, no les
reprochamos nada. Somos los que vamos a celebrar una fiesta con ellos, porque
nos alegra encontrarlos, abrazarlos. Queremos que pase adentro como invitó el
padre al hijo pródigo. Queremos restituirlo desde fuera hacia adentro. Nosotros
cuando vamos a prisión nos encontramos con el mismo Cristo que está preso
“estuve en la cárcel y vinisteis a verme” . Y el padre como nosotros somos los
que creemos que el hijo menor ya no se va a volver a ir, somos de los que le
abrimos la puerta y le damos nueva oportunidad. Los que volvemos a confiar en
él. Participa en actividades que organiza la Pastoral Penitenciaria, se siente
receptivo con el mensaje de la iglesia y eso nos lleva a creer en él, en contra
de lo que cree la propia sociedad. El padre de la parábola se encarna en la
pastoral penitenciaria. Porque cuando vamos a la prisión estamos abriendo la
puerta a una nueva oportunidad, estamos mostrándole el futuro, sin mirar al
pasado.
Pero al igual que el
padre de la parábola, la iglesia se alegra por la vuelta del hijo a casa, se
alegra porque el preso escucha el mensaje, se plantea la vida. En la parábola
el hijo menor quiere que se le trate como a un jornalero más. En la prisión el
interno hace propósitos por su hijo, por sus padres, por su esposa. Cuando uno
descubre razones para vivir, encuentra razones para cambiar.
CONTINUARÁ
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL (Nadie te va a preguntar, responde con
sinceridad)
- ¿Crees que nuestra sociedad está asfixiada porque le falta amor, sensibilidad, ternura?. ¿O la ves bien tal y como la vives día a día?.
- ¿Percibes que en nuestra sociedad hay estas dos realidades?. ¿Una que pide más justicia, más dureza, incluso desde sectores de la misma Iglesia, y otra más misericordiosa?.
- En esta reflexión aparecen tres personajes: el padre, el hijo mayor y el hijo menor, ¿comprendes la actitud de los tres?, ¿se pueden comprender unas más que otras?, ¿con cuál te identificas más?.
- ¿Qué crees que necesita nuestra sociedad para ser como el padre de la parábola?.
- Cómo ves nuestro sistema penal, judicial, penitenciaria, ¿crees que es duro, blando, humano, desencarnado?, ¿por qué?.

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