Tema en tres capítulos.
Convocados por la certeza de Jesús “estuve en la cárcel y vinisteis a
verme” (Mt. 25, 36) y confortados con la seguridad de estar con el mismo Jesús
“todo lo que hicisteis por uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis” (Mt. 25, 40). Nos encontramos en la cárcel al preso que está
necesitado de misericordia, de amor. A veces las propias circunstancias que le
han llevado a prisión le han dejado desvalido de amor, desnudo de sentimientos.
Está solo en el sentido amplio de la palabra.
Y me gustaría comenzar esta reflexión con las palabras que dirigió D. Casimiro López Llorente, obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón, a los
presos y presas de la cárcel de Castellón I, en el año de la misericordia. Les
decía “mi deseo es que la misericordia de Dios encuentre acogida en vuestro
corazón. A pesar de vuestros delitos, por graves que pudieran ser y por los que
estáis privados de libertad, os digo, Dios os sigue amando y se acerca a
vosotros: Dios os perdona, si arrepentidos de corazón le pedís perdón y acogéis
el abrazo de su misericordia…Quien se deja encontrar por la misericordia de
Dios, experimenta la alegría de saberse siempre y personalmente amado por
Dios”. “Dios quiere salvar a todos sus hijos, especialmente a aquellos que ,
habiéndose alejado de él, sale al encuentro con cada ser humano, en cualquier
situación en que se halle”.
Porque como nos dice el Papa Francisco “El perdón de Dios por nuestros
pecados no conoce límites” (Misericordiae Vultus. nº 22). Y esta reflexión
anima a mucha gente de la cárcel a no desesperar, a no sentirse abandonado. En
la soledad de la celda, el preso establece una relación particular con el
Padre, y es en esos momentos donde se siente acogido y aceptado, tal y como es,
por el Padre de la misericordia.
El preso, es por tanto objetivo preferente de la misericordia de Dios.
Dios quiere redimir, especialmente a aquellos hijos suyos que están en
situación de especial dificultad. De aquellos que experimentan el abandono en
sus vidas, de aquellos que son rechazados por la propia sociedad, por sus
familias…y que, en ocasiones, algunos miembros de la Iglesia no hemos sabido
tratarlos.
El preso es rostro de misericordia porque está necesitado de
misericordia, porque está necesitado de amor y de perdón. El Papa Francisco le
decía al Cardenal Fisichella al convocar el Jubileo de los presos, “Que a todos
llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más
necesita de su perdón”.
El objetivo de la misericordia de la Iglesia en prisión, de la Pastoral
Penitenciaria debiera ser cambiar ese rostro triste y derrotado, en rostro
alegre y de esperanza, y ese cambio lo puede hacer la misericordia de Dios.
¿Cómo hacerlo?, ahí entra la Iglesia, el voluntariado, la Pastoral
Penitenciaria. Ella tiene la gran responsabilidad de llevar esa misericordia a
las cárceles, a los presos, a sus familias. Ese es el reto de cualquier
Pastoral Penitenciaria del mundo, llevar la misericordia de Dios a las
cárceles.
D. José María Cases, obispo de Segorbe-Castellón entre los años 1971-
1996, manifestaba un día a los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria de la
diócesis, “Vosotros sois el único rostro de la Iglesia que los presos van a
conocer, la única palabra de Iglesia que van a escuchar, y la única mano de
Iglesia que van a estrechar. Lo que reciban de vosotros, esa imagen tendrán y
se les quedará de la Iglesia”. Animaba a los voluntarios a ser responsables y
conscientes de la responsabilidad que asumían al ir en nombre de la Iglesia y
en nombre del evangelio. Les decía “Sois el único evangelio que van a leer, que
van a escuchar, el evangelio que van a vivir”.
El Año de la Misericordia fue un reto importante para la Pastoral
Penitenciaria, para muchos presos ese año de la Misericordia pasó por nosotros.
El amor y la misericordia de Dios se derramaron en las prisiones a través de
los voluntarios de la Pastoral Penitenciara. Nuestra responsabilidad no es
simplemente una presencia testimonial, de cubrir un expediente, debe ser un
compromiso responsable que lleve al preso a vivir y experimentar el amor de
Dios en su vida. Porque Dios le quiere, le ama y le perdona, y nosotros somos
los encargados de transmitírselo y de que lo viva. Comunicárselo de palabra y
con nuestra vida.
El voluntariado de la Pastoral Penitenciaria no es un trabajador
social, no es un psicólogo, no es funcionario…es un testigo de la misericordia
de Dios para el hombre y mujer en prisión. Nuestro primer objetivo es decirles
a los presos que Dios les quiere, les ama y les perdona, y que la vida les
tiene reservada una nueva oportunidad. Ya el Papa Francisco en la Bula
“Misericordiae Vultus” (4) habla de que la Iglesia siente la responsabilidad de
ser en el mundo un signo vivo del amor del Padre. Y la Iglesia en la cárcel lo
hace a través de la Pastoral Penitenciaria, de manera que los voluntarios y capellanes estamos
llamados a ser, en verdad, rostro misericordioso de Dios. De alguna manera en
la cárcel somos testigos de nuestra fe. Estoy en esta pastoral en razón de mi
fe, de mi vida cristiana, y un testimonio que debe de ser alegre y con
entusiasmo.
La clave del capellán y del voluntariado de prisiones es el amor y la
misericordia, como decía S. Agustín “Ama y haz lo que quieras”. Donde pones
corazón, pones pasión, y lo demás viene solo, por añadidura. Decía el cura de Ars “La misericordia de Dios es como un arroyo desbordado. Arrastra los
corazones cuando pasa”. La misericordia contagia misericordia, el amor contagia
amor. Por eso estoy convencido que el capellán, el voluntario de pastoral
penitenciaria es el mediador de la misericordia divina en la cárcel. Y ese
encargo es serio, pensemos por un momento, soy responsable de trasladar al
preso que Dios le quiere, y el amor de Dios culminó con la muerte en cruz. Esto
no es cumplir un programa, un expediente…supone implicar y comprometer la vida,
mi propia vida
La Iglesia en la cárcel, el voluntariado, el capellán, encarnan la
figura del Buen Pastor (Lc. 15, 4-7). La misericordia es el rasgo esencial de
Cristo Pastor. El camino de consagración abierto por Él es un camino de
misericordia. Con sus gestos, con sus palabras, el Buen Pastor manifiesta sus
entrañas de misericordia ante todo el sufrimiento humano. El Buen Pastor carga
con la oveja perdida. Y en esa carga va toda la historia personal de la persona
herida. Van tanto sus miedos, frustraciones, delitos, también sus esperanzas.
El Buen Pastor sale en busca de la persona necesitada de misericordia, sin
importarle su vida anterior. Ve una persona a la que Dios quiere amar. Esta
compasión llega a su cumbre con su pasión y su muerte.
El horizonte de actuación de Jesús, es por tanto la misericordia, pues
por pura misericordia fue la encarnación y por puro amor morirá en la cruz. Así
Jesús nos pasa el testigo y nos muestra la misericordia como camino de vida
para sus discípulos, en nuestro caso para los voluntarios de la Pastoral
Penitenciaria, Jesús nos invita a ser los testigos de la misericordia del
Padre, “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36).
“Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt.
5, 7). En efecto, “Dios que es rico en misericordia y nos tiene un inmenso
amor, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos volvió a dar la vida
junto a Cristo -¡por pura gracia estáis salvados!-, nos resucitó y nos sentó
junto con él en el cielo” (Ef. 2, 4-6). La misericordia lleva a la
misericordia. Si el voluntariado crea misericordia, los propios presos y presas
serán generadores de misericordia, de paz. Cualquier actividad que haga la Pastoral Penitenciaria deberá preguntarse si lleva al amor de Dios, si
es generadora de misericordia y del amor que Dios quiere para cada uno de sus
hijos.
Los capellanes y voluntarios somos consagrados desde la misericordia y
para la misericordia. La Pastoral Penitenciaria recibe de Cristo la misión de
anunciar, testimoniar y transmitir la misericordia de Dios. Y desde esta
dimensión de la misericordia es desde somos portadores de libertad y de
esperanza en la cárcel. El preso confía en el que, en el interior de la cárcel,
Dios le regala misericordia.
La misericordia es por tanto la actitud fundamental del comportamiento
del capellán y del voluntario de prisiones, y de toda vocación cristiana, y que
resume en ella misma todas las otras dimensiones de la caridad y la
misericordia como la caridad, la paciencia, la tolerancia, el perdón…
Pero para ser mediador de la misericordia en la cárcel, es necesario
que uno mismo haya vivido la experiencia personal de la misericordia de Dios en
uno mismo. Es imprescindible que haya experimentado en su vida la misericordia
de Dios, como dice San Pablo “Vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se
entregó por mí” (Gal. 2, 20). Importante que sea consciente de esa vivencia,
consciente de que ha vivido la misericordia de Dios en su vida.
En la cárcel nos encontramos gente que literalmente es “incapaz” de
amar y perdonar porque jamás fue querido o porque jamás ha experimentado en su
vida la gracia del amor, de la misericordia. No digamos el amor de Dios, en
muchos casos ni el amor humano. Nunca ha experimentado el amor sincero, por el
contrario su vida siempre ha estado ligada a la represión, al castigo y a la
privación. Hay muchos comportamientos antisociales, de inadaptación porque
nadie les ha querido. Es más, muchos de estos comportamientos son directamente
proporcionales al nivel del castigo, soledad y represión que han vivido durante
su infancia y adolescencia.
En la cárcel el interno más conflictivo, más castigado es aquel que en
su vida personal ha recibido más castigo. Por eso se suele decir que la cárcel
no reinserta, que “que quien sale reinsertado es porque antes de entrar ya
estaba normalizada su vida”, y por lo tanto no generaba ningún tipo de
conflicto ni agresividad. En su vida en libertad había experimentado el amor,
la compresión y el perdón, y se plantea la cárcel como una cuestión de tiempo,
con dolor y soledad, pero de tiempo, porque ha tenido experiencias positivas de
amor en su vida y sabe que esas van a volver. Y sobre todo tiene la seguridad
de que le están esperando a la salida. La mayor desgracia es que además de no haber experimentado el amor humano, nadie te espera en la salida, en el
momento de la libertad.
Para la Pastoral Penitenciaria, sólo quien ha tenido o tiene una
experiencia intensa de la misericordia de Dios con él, ha comprendido el amor
de Dios y tiene capacidad para ser llamado al compromiso eclesial de la prisión
y llegar a aprender y a vivir la caridad pastoral; solo el que ha sido
perdonado puede perdonar; solo el que se goza del perdón recibido, sabe comprender
y valorar el sentido de una vida dedicada a acompañar a tantos presos caídos en
el camino. Pero quien siente el dolor de no haber sido amado a Dios como él nos
ama, tiene como máximo anhelo el amor que salva y libera absolutamente, y
encuentra su plena dicha en ofrecer la vida al Señor como testigo e instrumento
de su misericordia para los demás.
5.- POR ENCIMA DE TODO LA
MEDICINA DEL AMOR, DE LA MISERICORDIA.
La cárcel es un mundo muy rígido, marcado por un ritmo y un horario que
nada queda a la improvisación. Una realidad donde domina la justicia y el
control. Están en prisión porque la justicia lo dice, estarán un tiempo
concreto porque la justicia lo marca.
Pero la Iglesia en este mundo de la cárcel, necesita hacer presente la
ciencia del amor, de la misericordia. En la Bula “Misericordiae Vultus”, el
Papa Francisco nos recuerda lo que decía Juan XXIII en la apertura del Vaticano
II, indicando el camino que debía de seguir el Concilio, “En nuestro tiempo, la
Esposa de Cristo prefiere utilizar la medicina de la misericordia y no empuñar
las armas de la severidad…La Iglesia quiere mostrarse madre amable de todos,
benigna, paciente, llena de misericordia y bondad para con los hijos separados
de ella” (4). Lo mismo repetía Pablo VI quien, a la conclusión del Concilio
decía “Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido
principalmente la caridad” (4). Esta medicina que decía Juan XXIII, la ciencia
de Pablo VI “se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en
todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades” (4),
también y sobre todo a los que están en prisión.
Benedicto XVI, en su alocución del 19 de junio de 2009, en el año
sacerdotal alentaba sobre la formación de los sacerdotes, en materias de
teología y pastoral, pero decía, sobre todo, “más necesaria aún es la ciencia
del amor”, que solo se aprende de corazón a corazón”. El capellán de prisiones,
el voluntario que es capaz de transmitir amor y misericordia es una persona que
transforma hasta los corazones más duros de la cárcel, porque el amor contagia,
no deja indiferente y transforma los corazones de quien lo recibe.
REFLEXIÓN PERSONAL: MISERICORDIA DE DIOS EN LA CÁRCEL
(Nadie te va a preguntar, responde con sinceridad)
- ¿Te has encontrado en prisión gente que nunca se ha sentido querido/a por nadie?. ¿Cómo has reaccionado?. ¿Tenía argumentos o razones para pensar así?. ¿Qué le has dicho?. ¿Crees que le has convencido, le has llegado al corazón para pensar lo contrario?
- ¿Crees que el amor genera amor?. ¿La solidaridad genera solidaridad?. ¿También en prisión?.
- Cuando vas a prisión ¿sientes que eres medidor/a de la misericordia divina?, ¿crees que Dios habla a los internos a través de ti?, ¿qué sientes?.
- ¿Crees que los internos admiten que Dios les quiere, que Dios les ama?. ¿No encuentras más bien una rebeldía, por parte de los internos, en contra de Dios por haberlos abandonado?.
- ¿Crees que es posible cambiar un corazón de odio en la cárcel, por un corazón de amor, por un corazón que perdona?. ¿Te has encontrado algún caso, has tenido alguna experiencia en este sentido?.
- ¿Cómo le explicarías a un interno que Dios apuesta más por la medicina del amor que por el castigo y la represión?.
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