domingo, 14 de junio de 2020

Pastoral Penitenciaria, mediadora de la misericordia divina (II)

(14 de junio de 2020)
Tema en tres capítulos.

1.- LA MISERICORDIA PASTORAL, O PASTORAL MISERICORDIOSA.

En la cárcel encontramos, sobre todo, pobres, indigentes. El indigente, como sabemos, es aquel que no tiene nada, ni dinero para comprar, ni dinero para llamar, ni dinero al salir en libertad. Son los “anawin” de la cárcel, los pobres de los pobres, los que no tienen nada, Y por supuesto nadie les ha hablado de la misericordia de Dios.
Para entregar nuestro amor a los demás, para ser transmisores de la misericordia de Dios, antes hemos debido de tener necesidad de Dios Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío (salm. 41). Esta experiencia de la necesidad de Dios ilumina nuestra caridad pastoral, nuestra misericordia en la cárcel. Pues nos hace descubrir la necesidad que todo hombre tiene de Dios y por lo tanto la dimensión misericordiosa de nuestra labor evangelizadora. El Papa Benedicto XVI decía en el año sacerdotal "el contenido esencial de la caridad pastoral, es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y de su imagen”. Donación de sí es, pues, sinónimo de caridad pastoral, o de pastoral misericordiosa, que tiene en Dios su origen y su plenitud, por tanto es una donación sin límites. Quien ponga condiciones al amor, deja de Amar como Jesucristo, quien coloque tiempos al amor, deja de Amar como Jesucristo, quien se reserve seguridad en el amor deja de Amar como Jesucristo. Solo en la donación de sí mismo, sin límites, se encuentra a uno mismo.
Como nos dice el Papa Francisco (MV 12) es determinante que el anuncio del mensaje sea creíble, y para esto es necesario que la Iglesia viva y testimonie en primera persona la misericordia. Y debemos hacerlos con gestos, con hechos, y estos deben de ser transmisores de misericordia, para llegar al corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. Nuestro anuncio nunca será creíble ni transformará conciencias, si antes no lo vivimos nosotros. No tocaremos la conciencia de ningún preso si antes no lo experimentamos nosotros en nuestra vida y él lo ve, lo percibe.
El voluntario de prisiones es aquel que no pone límites a su amor al preso, ni límites en intensidad ni en tiempos, como dice S. Pablo disculpa sin límites, cree sin límites, aguanta sin límites, espera sin límites…el amor no pasa nunca (1Cor. 13, 4-7)

2.- EL AMOR RESPETA LA SITUACIÓN DE LAS PERSONAS.

Otra dimensión importante de la Pastoral Penitenciaria como mediadora de la misericordia divina es el respeto vital de las personas. Valorarlas y respetarlas como son. A veces queremos que vivan como nosotros vivimos la fe, queremos hacerlas a nuestra imagen y semejanza. Y si están ahí dentro es porque algo ha fallado en su esquema personal. Y ese respeto es necesario porque el amor de Dios es gratuidad absoluta. Y cada uno es libre de aceptar nuestra propuesta, nuestras formas de vivir la fe, y libres en aceptar nuestro mensaje, por eso es muy importante el respeto.
Fundamental el respeto a la situación religiosa y espiritual de la persona que se evangeliza. Respeto a su ritmo que no se puede forzar demasiado. En el respeto se ve la misericordia de Dios, y nosotros somos sus mediadores en la cárcel. Respeto a su conciencia y a sus convicciones que no se pueden atropellar ni anular. Es respeto y cuidado de no herir a los demás, sobre todo si son débiles en su fe. A unos los atenderemos a nivel de fe, a otros a nivel humano, a otro según sus necesidades…pero la misericordia de Dios se hace presente para todos en prisión y de múltiples maneras. Les ayudaremos que descubran que Dios les quiere, les acepta como son y les acepta con toda su historia, con todo su pasado.
Este amor misericordioso es un amor, lleno de compasión, de ternura. A través nuestro la ternura de Dios se hace vida, se encarna en la cárcel. Ya el propio San Juan Pablo II nos dice que “Jesús, además nos da el ejemplo de un amor lleno de compasión, es decir, de participación sincera y real en los sufrimientos y dificultades de los hermanos. Por lo tanto el consagrado (en nuestro caso la Pastoral Penitenciaria) halla en Cristo el modelo de un verdadero amor a los que sufren, a los pobres, a los afligidos y, sobre todo, a los pecadores”.

3.- EL CAPELLÁN, LOS VOLUNTARIOS, CON “OLOR A OVEJA”, “CON OLOR A PRESO”.

Pero para amar “con-pasión”, padeciendo-con los que sufren por cualquier causa, es preciso antes, esforzarse en “conocer a las ovejas”, conocer a los presos y presas con los que vamos a trabajar, y además de conocerlos amarlos.
Como nos diría el Papa Francisco, el capellán, los voluntarios, sobre todo en la cárcel hay que “oler a oveja”, en nuestro caso “oler a cárcel” “oler a preso”. En la prisión no podemos pasar de puntillas, no podemos ir “a cumplir el expediente”.  Hace  falta  implicación, compromiso.  Es  complicado transmitir la misericordia de Dios sino me implico, sino me comprometo con el hombre y la mujer presos. Como nos diría S. Agustín “solo se ama lo que se conoce”. Solo podemos amar lo que conocemos.
Esto implica un trabajo y una voluntad de “encarnación” real con el preso que se cruza en mi camino, saber su historia, sus sentimientos, sus dudas, sus esperanzas. Hay que hacerse cercano a todos, los de cerca y los de lejos, los que creen más y los que creen menos, tanto a aquellos abiertos a escuchar el mensaje de Dios como los que no están abiertos a ello, tanto los que son agradables, como con los que son molestos, pesados, repetitivos…, en ellos también se encarna el Señor.
Lo propio de la Iglesia en prisión, de la Pastoral Penitenciaria, del capellán y voluntarios, es estar atento al rebaño y a cada oveja confiados. Tenemos la responsabilidad de conducir al rebaño, de llevarlo por el buen camino. Llevarlo a buenos pastos, defenderlo de cualquier peligro y mantenerse junto a él aun arriesgando la vida, aun a siendo conscientes del riesgo al fracaso, a la equivocación. Pero siendo conscientes de que la oveja con el Buen Pastor es invencible.

4.- EL AÑO DE MISERICORDIA, OPORTUNIDAD PARA LA RENOVACIÓN.

Esta mediación misericordiosa, es una buena oportunidad para la renovación pastoral. Pues esta caridad pastoral exige creatividad, novedad. No nos podemos conformar con seguir haciendo lo de siempre. La historia de la Iglesia está llena de corazones atrevidos, generosos, que se atrevieron a pasar fronteras establecidas y abrir nuevos corazones pastorales que llevarán la misericordia, que quiere el Papa Francisco, a todas las prisiones del mundo.
¿Qué hacer como Iglesia en prisión, como Pastoral Penitenciaria?. Nuestra presencia en la cárcel es una vocación, una llamada, que un día dijimos que sí y nos llevó a comprometernos con la Iglesia en prisión. Siendo enviados a caminar entre rejas con los presos y presas, recibimos la misericordia como don, para entregarla y compartirla. Este envío es una responsabilidad y un reto para llegar a todos aquellos, que creados a imagen y semejanza de Dios, ni siquiera pueden llegar a intuir la presencia de Dios en sus vidas.
Como decía el Sr. Obispo de Castellón en su carta jubilar a los presos “Todo tiempo es de Dios. También el tiempo de reclusión es de Dios y como tal ha de ser vivido; es un tiempo que debe de ser ofrecido a Dios como ocasión de verdad, de humildad, de expiación, de fe, de conversión, y de renovación”. La Pastoral Penitenciaria acepta al preso tal y como es, con sus miserias, que algunas le han llevado a la cárcel, pero también debe de ofrecerle una oportunidad de renovación, de cambio. Ha de plantearle una nueva vida desde la verdad, una nueva vida de amor, respeto y solidaridad para con la gente que se relacione con él. Nuestra presencia no debe ser moralizante, pero sí debe de presentar el mensaje del amor de Jesús. Un mensaje que invita al cambio y a la conversión.

5.- MISERICORDIA EN LA CÁRCEL, ABRAZO AL HIJO PRÓDIGO.

En el año de la Misericordia, el Papa nombró a más de mil misioneros de la misericordia, con el encargo de perdonar pecados reservados a la Santa Sede. Sin querer ser irreverente, ni faltar al respeto, los capellanes de prisiones y los voluntarios de Pastoral Penitenciaria, podrían encuadrarse bien entre los nuevos misioneros de la misericordia. Porque caminan con personas que sin conocer a Cristo, se les va a abrazar y acompañar a la casa del Padre.
Ser misionero de la misericordia en la cárcel es dar el abrazo al hijo pródigo, a la “oveja negra” de tantas familias que conocemos relacionadas con la cárcel, estrechar su mano, mirarle a la cara, sonreírle, “misericordear” como diría el Papa Francisco es dar oportunidad, es recibir, es hablar. Muchos de los internos tienen su primera experiencia de fe, seria, en la cárcel. Y otros, como he dicho antes, se convierten en los “hijos pródigos” que vuelven a la casa del Padre. Y de camino a él descubren que Dios siempre les ha estado esperando con los brazos abiertos de Padre y que cuando “van a confesar sus horribles pecados” la respuesta de Dios es un “abrazo misericordioso. Esta experiencia de un Dios amor del cual muchos de los presos no se creen dignos se convierte en una verdadera experiencia “refundante", casi mística, que les descoloca, pues, en muchos casos, ni ellos mismos hubiesen sido capaces de perdonarse.
Mostrar la sencillez de un Dios amor que ha venido a “redimirles”, muchas veces a través de los voluntarios, de sus propias esclavitudes de pecado hace posible la vuelta a casa, a ser más misericordiosos también con los demás, con los demás presos. Como me decía una interna cuando participó en el “abrir la Puerta Santa” en la prisión de Castellón que “eran momentos de anhelo, esperanza y recogimiento personal. Mis sentimientos eran de arrepentimiento, congoja, de reflexión, de pedir perdón y de amor a Dios”. En la cárcel hay bastante gente que vuelve a la casa del Padre, que se acerca nuevamente a Dios. Y en el año de la misericordia, el 2016, Dios tocó el corazón de muchos presos y presas que fueron descubriendo que Dios les amaba. Pero para eso hace falta la presencia mediadora de la Pastoral Penitenciaria, que sea capaz de transmitirles ese sentimiento y deseo de Dios de abrazarlos y perdonarlos.

6.- EXPERIMENTAR LA CAÍDA Y LA MISERICORDIA DE DIOS.

En Hebreos 2, 17, se nos recuerda que tenemos un Sumo Sacerdote que se compadece de nuestras flaquezas. Hebreos quiere hacernos comprender que para compadecerse de verdad es necesario haber padecido en propia persona, haber pasado por las mismas pruebas y los mismos sufrimientos. Solo así tiene sentido para nosotros el versículo que reza, Misericordia quiero y no sacrificios (Mt. 9, 13; 12, 7). Esto lleva a pensar en una imagen muy elocuente, el del “capellán o voluntario herido” y que tiene que ver mucho con la necesaria experiencia de haber sentido, vivido y actualizado la misericordia de Dios, primero, en nuestra propia vida, para solo después, ser testigo de dicha misericordia ante los otros hombres.
Leí hace un tiempo la conferencia del P. Elías Royón, sj, dirigida a delegados y Vicarios del Clero, en la que decía “En medio de este mundo herido…nuestro intento no es ofrecer remedios para “otros” heridos, sino en primer lugar, mirarnos a nosotros mismos, y tomar conciencia colectiva de esas heridas, analizarlas para reconocer sus efectos en nuestra vida y misión, hacer un diagnóstico de la situación ambiental y mostrar con la mayor claridad y convicción posible, cómo en Jesucristo podemos encontrar la verdadera sanación: sus heridas nos curaron (1Pe 2, 24)). Alguien que no se siente “inmaculado”, que no se siente superior a nadie, que ha experimentado en su vida el amor y sanación de Dios, porque también ha caído, puede curar, sanar y contagiar la misericordia de Dios en su vida.
El capellán, el voluntario de prisiones también es una “persona herida” (vulnerable) que está llamado y enviado a anunciar la salvación de Jesús, a curar y a sanar (Mc. 3, 13-15; 16, 17-18). Jesucristo continúa sanando a través de nosotros, de nuestro capellán, de nuestro/a voluntario/a herido/a.
La carta a los hebreos nos habla de que la eficacia del ministerio del sacerdocio de Cristo está precisamente en la debilidad: pues habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados(Hebr. 2, 18), Pues no tenemos un Sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado igual que nosotros, excepto en el pecado (Hebr. 4, 15). Y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados por estar también él envuelto en flaqueza(Hebr. 5, 2).
El mismo S. Pablo vio la historia de su propia vida como una letanía de contrariedades y sufrimientos, como momentos sucesivos de la debilidad, pero transformada mediante el poder de Cristo que le sostenía: …con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Cor. 12, 9-1).
El capellán de prisiones, los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria deberían contemplar sus debilidades con una mirada tierna y compasiva, como las mira el Señor, pues ellas no son obstáculo ni una vergüenza, sino que son ocasión para realizar nuestro ministerio redentor; y cuando experimentamos que Dios nos ha curado y sanado de nuestras heridas, podemos acompañar el proceso de “salvación” de todos los hombres desde esa mirada tierna y compasiva. Solo entonces seremos realmente proclamadores y anunciadores de la misericordia del Dios, pues antes hemos experimentado esa misericordia en carne propia. Esta actitud nos llevará a ir puliendo ese encuentro misericordioso con el preso, pues en ocasiones nos situamos por encima de ellos, nos consideramos superiores y eso crea distancia con ellos. Esta actitud de saberse sanado y curado lleva a situarnos en el mismo plano, y sobre todo ellos lo ven y lo perciben, y por lo tanto son más conscientes de la misericordia de Dios en sus vidas.

7.- PARA “MISERICORDEAR” EN LA CÁRCEL, HACE FALTA ESCUCHAR.

La auténtica escucha, y más en prisión, requiere tres condiciones elementales para que esta escucha sea útil y eficaz:

7.1.- Aceptación incondicional.
Supone aceptar al preso en la totalidad de su persona, de su vida, de su historia. No deben crearse, ni siquiera interiormente, juicios de valor sobre la persona a la cual estamos escuchando, no se le interrumpe, es bueno que se sienta escuchado y que sienta que lo que dice se le respeta. Se le acepta como es. Se le transmite al otro, aunque sin decírselo, que su persona me interesa, es digna de aprecio. Hay gente en la calle, cristianos comprometidos, que los presos no son dignos del amor de Dios, “porque han hecho algo”. Están convencidos que Dios no va a perder tiempo con ellos. No puede haber misericordia divina sino antes no hay una aceptación incondicional del preso que me está hablando. El amor de Dios nunca se derramará, a través nuestro, si antes no aceptamos al preso como hijo de Dios y merecedor de la misericordia divina.

7.2.- Empatía.
Es saber captar el mundo interior del otro, sobre todo, su mundo emocional y espiritual. Es meterse en la piel del preso y saber descubrir sus sentimientos y emociones, que tiene muchos, y casi siempre ocultos. En prisión existe el concepto de que no hay que mostrar emociones, es un signo de debilidad. Es ver el mundo como el otro lo ve, en este caso como lo ve el preso. A veces confundimos empatía con simpatía. Hacemos gracias, nos mostramos simpáticos, pero nunca nos ponemos en la piel del otro. Solo si somos empáticos entenderemos las necesidades que tiene el preso, tanto humanas, sociales, como de Dios, que si “rascamos” un poco en el interior del preso, también las tiene.

7.3.- Coherencia.
Significa que el que escucha no utiliza ninguna máscara o careta en la relación o conversación con el preso. Se presenta tal y como es, reconociendo en ocasiones sus limitaciones. Nuestra propia debilidad, limitación, puede facilitar la relación, y pueda acercar a una nueva experiencia de relación con Dios, si nosotros nos mostramos también limitados, pequeños y con dudas. Uno cuando escucha no representa un papel, sino que es uno mismo.

La misericordia de Dios en la cárcel se encarna a través de la acción del capellán, de los voluntarios. La acción mediadora de la Pastoral Penitenciaria es fundamental. Por eso hay que cuidar estos aspectos de la relación personal con el hombre y mujer que está en la cárcel, y serán necesarias las tres condiciones expuestas anteriormente: aceptación del otro, empatía y coherencia.

REFLEXIÓN PERSONAL: MISERICORDIA DE DIOS EN LA CÁRCEL
(Nadie te va a preguntar, responde con sinceridad):
  1. ¿Cómo describirías al pobre más pobre que te has encontrado en prisión?. ¿Cómo lo definirías?.
  2. ¿Cómo definirías la situación religiosa y espiritual de las personas que has encontrado en prisión?. ¿Con qué experiencia religiosa entran los presos en la cárcel?. ¿Qué experiencia de Dios tienen?.
  3. ¿Has percibido en los internos necesidad de Dios?. ¿Crees que los presos necesitan de Dios en la cárcel, lo buscan?. ¿En qué momentos?. ¿Por qué?.
  4. ¿Son conscientes los presos que Dios los quiere, los ama?. ¿Crees que ellos perciben el amor de Dios en prisión?.
  5. Como capellán, como voluntario, ¿podrías presentarte ante la iglesia, ante la sociedad con “olor a preso” “con olor a cárcel”?.
  6. ¿En tu vida has experimentado la caída, el fallo personal, has sentido la necesidad del amor de Dios?. ¿Si es que sí, has entendido mejor a los presos?. ¿Has experimentado cómo se siente uno cuando cae?.


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