viernes, 29 de mayo de 2020

Carta de Monseñor José Cobo Cano




Queridos amigos y amigas que camináis en esta pastoral penitenciaria:

En esta nueva etapa de la Conferencia Episcopal, después de las últimas votaciones y tras la aplicación de la reforma organizativa se ha emprendido, desde la comisión de Pastoral Social y promoción humana se me encarga acompañar en su nombre la tarea que la pastoral penitenciaria tiene en el ámbito de la Conferencia. Es toda una alegría el poder incorporarme así, para caminar con vosotros en esta senda a la que el Señor nos ha llamado a todos.

Con respeto y admiración me uno a vuestra trayectoria donde, como cristianos, hacéis presente de forma intensa la vida de la Iglesia en el ámbito de las cárceles y de todo lo que implica, dentro y fuera de ellas. Sé que el recorrido que se hace es generoso, rico e intenso. Como voluntario que fui, como sacerdote después, y ahora como obispo, he tenido la suerte de comprobarlo, caminarlo y dejar que esa preocupación que viene del mismo Jesús se haya sembrado en mi pobre ministerio.

La pastoral penitenciaria es de toda la Iglesia. La preocupación por las personas en situaciones de sufrimiento, por los privados de libertad, por los vulnerables es de todos en fidelidad a la misión recibida de Cristo. Por eso estamos aquí. Para ser las manos y el rostro de la Iglesia en tantos lugares y en tantos corazones y, al mismo tiempo, para decir a toda la Iglesia aquello de “acordaos de los que están presos” (Carta a los hebreos 13,3). Así, además de trabajar mirando a los ojos a las personas, lleváis esa mirada y vuestra sensibilidad al corazón de la pastoral de toda la Iglesia y al de nuestro mundo.

He aprendido que la situación de nuestras cárceles es el reflejo de nuestra sociedad y consecuencia del mundo en el que vivimos. Y que aquí somos testigos de la vida del corazón del ser humano en primera fila y sin maquillajes. Con vosotros, los que estáis en la tarea de la pastoral penitenciaria, he podido rezar y comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar la esperanza en lo más  hondo de cada persona, y que      la vida es capaz de seguir brotando con fuerza en circunstancias adversas. Que Dios camina por todos los rincones de la humanidad, que solo El conoce el sentido del perdón y que nos cita en el corazón de cada ser humano.

Por eso me parece un regalo poder estar con vosotros esta etapa. Vivo como un don el poder compartir con cada uno y cada una, con cada responsable, sacerdote o diacono, laico o consagrado o consagrada, con cada comunidad, vuestra dedicación y vuestra vocación. Me pongo a vuestro servicio en vuestra tarea de seguir haciendo presente dentro y fuera de la cárcel la misericordia de Dios, y poder llevar allí la salvación de Jesús que nos llama a todos a dar dignidad a cada persona y a actuar decididamente en favor de la ternura, la paz y la justicia.

Quisiera poder sumarme a este gran camino recorrido para ayudar a que nadie se sienta aislado o trabaje solo, sino que lo hagamos todo en clave de “remar en la misma barca”, sabiendo que cada comunidad tiene su peculiaridad y su responsabilidad propia ante los mil temas que nos piden atención y respuestas.

Estamos en un momento muy delicado. Antes de la pandemia hablábamos de que estábamos asistiendo a un cambio de época y no solo a una época de cambios. Ahora vemos como, de repente, un pequeño virus ha desmoronado todo. De repente todos hemos estado confinados, encerrados y pudiendo experimentar lo que es estar confinados y encerrados por cualquier motivo.

Sabemos que la crisis, el descalabro económico llegará a los más vulnerables e irremediablemente a los presos y a sus familias, y desde allí a muchos.

Nuestra tarea es estar preparados y hacer que este virus no entre en las cárceles. Pero no solo este. Hay otros viejos virus que piden gente que sirva de vacuna para impedir que entren en los corazones de los privados de libertad, en los trabajadores, en los voluntarios o en las familias. Jesús nos dará luz para que, con la solidaridad, la justicia y la caridad, como dice el Papa Francisco, podamos combatir no solo el Covid-19 sino la indiferencia, el individualismo, la exclusión y el desconsuelo. Nuestra fuerza es Cristo, por eso seguro que, con El, seremos capaces de lanzar su voz al mundo de la cárcel, a nuestras comunidades y a toda la Iglesia. Tenemos la tarea de sostener a muchos.

Gracias por dejarme pisar este terreno sagrado que es el poder juntos seguir anunciando la Salvación aprendiendo a ser humanos. Gracias por cuanto hacéis y os desvivís.
Quedo a vuestro servicio como el amigo que camina en medio de tantos puentes que edificáis y transitáis.

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