Queridos amigos y amigas que camináis en esta pastoral penitenciaria:
En esta nueva etapa de la Conferencia Episcopal, después de las últimas
votaciones y tras la aplicación de la reforma organizativa se ha emprendido,
desde la comisión de Pastoral Social y promoción humana se me encarga acompañar
en su nombre la tarea que la pastoral penitenciaria tiene en el ámbito de la
Conferencia. Es toda una alegría el poder incorporarme así, para caminar con
vosotros en esta senda a la que el Señor nos ha llamado a todos.
Con respeto y admiración me uno a vuestra trayectoria donde, como
cristianos, hacéis presente de forma intensa la vida de la Iglesia en el ámbito
de las cárceles y de todo lo que implica, dentro y fuera de ellas. Sé que el
recorrido que se hace es generoso, rico e intenso. Como voluntario que fui,
como sacerdote después, y ahora como obispo, he tenido la suerte de
comprobarlo, caminarlo y dejar que esa preocupación que viene del mismo Jesús
se haya sembrado en mi pobre ministerio.
La pastoral penitenciaria es de toda la Iglesia. La preocupación por
las personas en situaciones de sufrimiento, por los privados de libertad, por
los vulnerables es de todos en fidelidad a la misión recibida de Cristo. Por
eso estamos aquí. Para ser las manos y el rostro de la Iglesia en tantos
lugares y en tantos corazones y, al mismo tiempo, para decir a toda la Iglesia
aquello de “acordaos de los que están presos” (Carta a los hebreos 13,3). Así,
además de trabajar mirando a los ojos a las personas, lleváis esa mirada y
vuestra sensibilidad al corazón de la pastoral de toda la Iglesia y al de
nuestro mundo.
He aprendido que la situación de nuestras cárceles es el reflejo de
nuestra sociedad y consecuencia del mundo en el que vivimos. Y que aquí somos
testigos de la vida del corazón del ser humano en primera fila y sin
maquillajes. Con vosotros, los que estáis en la tarea de la pastoral
penitenciaria, he podido rezar y comprobar cómo el dolor no es capaz de apagar
la esperanza en lo más hondo de cada
persona, y que la vida es capaz de
seguir brotando con fuerza en circunstancias adversas. Que Dios camina por
todos los rincones de la humanidad, que solo El conoce el sentido del perdón y
que nos cita en el corazón de cada ser humano.
Por eso me parece un regalo poder estar con vosotros esta etapa. Vivo
como un don el poder compartir con cada uno y cada una, con cada responsable,
sacerdote o diacono, laico o consagrado o consagrada, con cada comunidad,
vuestra dedicación y vuestra vocación. Me pongo a vuestro servicio en vuestra
tarea de seguir haciendo presente dentro y fuera de la cárcel la misericordia
de Dios, y poder llevar allí la salvación de Jesús que nos llama a todos a dar
dignidad a cada persona y a actuar decididamente en favor de la ternura, la paz
y la justicia.
Quisiera poder sumarme a este gran camino recorrido para ayudar a que
nadie se sienta aislado o trabaje solo, sino que lo hagamos todo en clave de
“remar en la misma barca”, sabiendo que cada comunidad tiene su peculiaridad y
su responsabilidad propia ante los mil temas que nos piden atención y
respuestas.
Estamos en un momento muy delicado. Antes de la pandemia hablábamos de
que estábamos asistiendo a un cambio de época y no solo a una época de cambios.
Ahora vemos como, de repente, un pequeño virus ha desmoronado todo. De repente
todos hemos estado confinados, encerrados y pudiendo experimentar lo que es
estar confinados y encerrados por cualquier motivo.
Sabemos que la crisis, el descalabro económico llegará a los más
vulnerables e irremediablemente a los presos y a sus familias, y desde allí a
muchos.
Nuestra tarea es estar preparados y hacer que este virus no entre en
las cárceles. Pero no solo este. Hay otros viejos virus que piden gente que
sirva de vacuna para impedir que entren en los corazones de los privados de
libertad, en los trabajadores, en los voluntarios o en las familias. Jesús nos
dará luz para que, con la solidaridad, la justicia y la caridad, como dice el
Papa Francisco, podamos combatir no solo el Covid-19 sino la indiferencia, el
individualismo, la exclusión y el desconsuelo. Nuestra fuerza es Cristo, por
eso seguro que, con El, seremos capaces de lanzar su voz al mundo de la cárcel,
a nuestras comunidades y a toda la Iglesia. Tenemos la tarea de sostener a
muchos.
Gracias por dejarme pisar este terreno sagrado que es el poder juntos
seguir anunciando la Salvación aprendiendo a ser humanos. Gracias por cuanto
hacéis y os desvivís.
Quedo a vuestro servicio como el amigo que camina en medio de tantos
puentes que edificáis y transitáis.
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