lunes, 4 de mayo de 2020

Humanizar las prisiones: humanizarlas desde dentro.

HUMANIZAR LAS PRISIONES, POR DENTRO Y POR FUERA (I)
¿Qué podemos hacer desde la Pastoral Penitenciaria para contribuir a la humanización de las prisiones?.
(3 de mayo de 2020)


3. HUMANIZAR LA PRISIÓN DESDE DENTRO.
Cuando hablamos de humanizar cualquier ámbito, también la vida en prisión, lo hacemos pensando en la persona, en cómo siente, como se expresa, qué piensa, qué anhela, cuáles son sus preocupaciones, sus sueños. Dotamos esta definición de toda la carga humana posible. Y lo hacemos pensando en la persona en libertad, porque estamos convencidos que los sentimientos son los mismos, en unos casos más reprimidos, más contenidos, y en otros más liberalizados, más…humanizados. La persona es la misma, los sentimientos son los mismos, sea en prisión, sea en libertad (igual quiere a sus hijos, igual siente el dolor y la frustración…).

La prisión ha dejado de ser una estructura de cemento y rejas, para pasar a ser un lugar donde residen personas, con pensamientos y necesidades, donde cada día se hace más difícil ocultar sus sentimientos y sus gritos de libertad. Entre los muros hay muchas sensaciones, encontradas y reprimidas, que hacen que las prisiones sean espacios de vida, silenciosos de momento, pero que con el tiempo van a ser cada vez más ruidosos y reivindicativos, no solo a nivel social, sino también a nivel de sentimientos.
Las prisiones son lugares de personas, con sentimientos, con sueños y reclamaciones, que cada día gritan con más fuerza para que su ser de personas no quede aparcado en la senda de las oportunidades de la vida.

Esta humanización de la prisión desde dentro está basada en pequeños detalles, gestos, miradas, que hacen que la persona sea más persona, sea más humana. No pensemos en grandes proyectos, ni en denuncias, hay que ir al corazón del hombre y mujer que está en la cárcel.
La cárcel, como diría Miguel Hernández, “La fábrica del llanto y un telar de lágrimas” (8), es decir una vez se cierran las puertas de la prisión se rompe todo vínculo con los dinamismos comunitarios, con las relaciones sociales, con los sentimientos en libertad. Todo esto causa desintegración, distancia con la sociedad, al final queda el llanto, las lágrimas, la impotencia.

La prisión no quita la categoría de humano.
“El que por más o menos tiempo, ha dejado de ser ciudadano, que nunca deje de ser hombre; que sepa y se interese por las cosas humanas, probablemente le impresionarán más en su triste soledad que en el bullicio del mundo…el caso es no suprimir su actividad intelectual, moral y afectiva; que se sienta y se reconozca persona, y se vea tratado como tal” (9).
La prisión no le quita su condición de ser humano, pero sí le puede quitar el que ejerza como tal. El que se le prive de desarrollar sus capacidades de persona. La prisión lo estructura y programa todo, deja poca voluntad y poca elección al hombre y mujeres presos.

Encuentro.
Cuidar los encuentros con el preso. Este encuentro parte de igual a igual, si un voluntario se acerca a un preso desde una actitud de superioridad se dará otra cosa, pero no encuentro. Se dará un encuentro jerárquico o un encuentro de reproches, pero nunca encuentro. Aquí no hay superioridad, el encuentro es mirar a los ojos.
El encuentro desde el respeto, desde la valoración de la persona, desde la aceptación de la otra persona, en este caso, a la persona en prisión, es un sano ejercicio de humanización. Cuando yo me encuentro con alguien le estoy reconociendo la categoría de importante, de persona, de ser humano. De alguien que merece la pena encontrarse. Un encuentro sano y objetivo motiva y estimula a la persona que acepta ese encuentro, al preso que acepta a la persona que se quiere encontrar con él. Eso le hace más persona, le refuerza su dignidad.

Preocupación por el otro.
El propio preso también contribuye a la humanización de las prisiones, no se le debe de dar todo hecho. Ayudar al preso a la preocupación por el otro, por el compañero de celda, de patio, de módulo, constituye la fuerza motora de la humanización. Ya no solo es ocuparse de uno mismo en la cárcel, es generar sentimientos de preocupación por los que viven conmigo, por los que comparten prisión y módulo. Supone pensar en él, prever sus necesidades. Especialmente es urgente preocuparse por el que acaba de entrar, por el que llega nuevo, para la persona que se encuentra perdida y hundida por el ingreso en prisión. A su vez esta preocupación por el otro trasciende los propios muros de la cárcel, pues, consiste en preocuparse de su familia, de los problemas de esta, porque serán los problemas del preso. Consiste en preocuparse de sus necesidades y no de las mías, estar atento a sus sentimientos y no a los míos, pendiente de sus urgencias y no de las mías.
Cuando consigo poner en el centro de mis preocupaciones al otro, cuando yo, en algún momento paso a un segundo plano, estoy humanizando la vida de la cárcel, porque estoy dando espacio a quien vive conmigo, a la persona que comparte vida conmigo.
Despertar esta sensibilidad por el otro que vive conmigo en prisión, en mi módulo, y que inclusive es compañero de celda, supone dar razones para que la humanización de la cárcel es posible. Cuando uno se preocupa por la persona es más persona, cuando uno tiene sentimientos humanos por el otro/ se convierte en más humano.
El individualismo es para los internos el peor enemigo de la humanización. La soledad conlleva al individualismo, a encerrarse en sí mismos, a vivir de espaldas a los demás, y lo que es peor, de espaldas a los que le rodean y viven con él. Supone olvidarse de los otros seres humanos. Por lo tanto, difícilmente puedo trabajar por la humanización de mi persona sino me ocupo de la humanización de los demás. La relación con humanos me humaniza, la relación con personas me hace más persona.

Personalizar. Llamar por el nombre.
Evitar la cosificación, evitar el número y la generalización. La persona responde ante una llamada del nombre, ante una distinción a su persona. En un medio tan impersonal como es la cárcel, llamar a un preso por su nombre es humanizarlo, es reforzar su condición de persona. Es decirle “que es distinto” “diferente a los otros” ni mejor ni peor, pero decirle que es diferente, que tiene un nombre, una referencia.
Como diría Concepción Arenal la prisión tiene el riesgo de anular o aniquilar a la persona que entra en la cárcel, el propio sistema lo lleva ahí sino se cuida, por eso dice “entró en prisión poca persona y saldrá cosa” (10). “Si el preso se manipula como cosa en la prisión, no será persona al salir de ella” (11). Todos los esfuerzos en prisión tienden a que el preso no pierda su condición de persona, a humanizar el medio penitenciario y humanizar las relaciones de los que viven en él.
El hombre o mujer preso cuando escucha su nombre, su apellido, su persona se refuerza, se siente valorado, respetado y tenido en cuenta. Hay que hacer esfuerzos por aprender los nombres, por aprender algo de la vida de los internos, y no precisamente sus delitos. Hay que esforzarse en hacerles referencias individuales, singulares que refuercen su yo, su ser único y diferente.

Calidad de relaciones y humanización.
Cuando cuidamos nuestras relaciones con los internos estamos ayudando a la humanización de la persona en prisión. Darles un contenido y un sentido a nuestras relaciones es ayudar al otro a sentirse persona, a sentirse valorado. Podemos caer en el error que como son pobres, que son presos, bajamos el listón y el nivel de nuestras relaciones, y así lo que estamos haciendo es abrir más el agujero por el que han entrado en prisión. Abrimos más el agujero de la marginación y de la pobreza, lo contario a la humanización.
No vulgaricemos nuestras relaciones con ellos, no las veamos como superficiales, no les quitemos importancia. Valoremos a quien tenemos delante, escuchemos sus palabras, sus sentimientos, sus demandas, como si fuesen de las personas más importantes del mundo. Les estamos ayudando a crecer y lo que es más importante, a que se sientan más persona, y como tales, respetados y valorados.

P. Florencio Roselló Avellanas
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NOTAS:
8 Hernández, Miguel. Antología Poética. 7ª Edición, enero 2007.
9 Arenal, Concepción. “El visitador del preso”. Reedición. ACPE. 1991. Pg. 80
10 Arenal, Concepción. “El visitador del preso”. Reedición. ACPE. 1991. Pg. 81
11 Arenal, Concepción. “El visitador del preso”. Reedición. ACPE. 1991. Pg. 81

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL (Nadie te va a preguntar, responde con sinceridad).
  1. ¿Qué entiendes por humanizar en general? y ¿qué entiendes por humanizar en prisión?.
  2. ¿Desde que comenzaste a entrar en prisión, crees que se ha avanzado en este sentido?. ¿Crees que las prisiones están humanizadas?. ¿Crees que hay un sentido que dentro de la cárcel estamos tratando con personas?.
  3. ¿Qué significa para ti la expresión, “la prisión no quita la categoría de lo humano”?.
  4. Humanizar es conocer a los internos, llamarlos por el nombre, saber algo de sus vidas. ¿Sabes el nombre de todos internos que están en tu actividad?. ¿Conoces algo de sus vidas, sus preocupaciones, de sus aspiraciones?.
  5. ¿Crees que entre los internos hay esa necesidad de humanizar las prisiones?. ¿Hay esa sensibilidad entre ellos?.
  6. ¿Qué haces tú para que en tus relaciones con los internos se vaya creciendo en humanidad en las prisiones?.

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