Texto de la parábola del hijo pródigo Lc. 15, 11 - 32
(26 de
abril de 2020)
Tercera y última parte de este tema.
1. MISERICORDIA EN LA CÁRCEL, ABRAZO AL HIJO PRÓDIGO.
En el año 2016, con motivo del Año de la
Misericordia, el Papa Francisco nombró a mil misioneros de la misericordia.
Eran sacerdotes a los que el Papa autorizó a perdonar pecados reservados y a regalar misericordia a través de su perdón. Para mí, el capellán de prisiones y los voluntarios de Pastoral Penitenciaria son los nuevos misioneros de la misericordia. Porque van a caminar con personas que, sin conocer a Cristo, se les va a abrazar y acompañar a la casa del Padre. Cada uno de nosotros caminamos y abrazamos a muchos hombres y mujeres caídos que están en prisión, a los que les hablamos del amor de Dios. Les Decimos que Dios les quiere a pesar de su historia, a pesar de su pasado.
Eran sacerdotes a los que el Papa autorizó a perdonar pecados reservados y a regalar misericordia a través de su perdón. Para mí, el capellán de prisiones y los voluntarios de Pastoral Penitenciaria son los nuevos misioneros de la misericordia. Porque van a caminar con personas que, sin conocer a Cristo, se les va a abrazar y acompañar a la casa del Padre. Cada uno de nosotros caminamos y abrazamos a muchos hombres y mujeres caídos que están en prisión, a los que les hablamos del amor de Dios. Les Decimos que Dios les quiere a pesar de su historia, a pesar de su pasado.
Ser misionero de la misericordia
en la cárcel es dar el abrazo al hijo pródigo, estrechar su mano, mirarle a la
cara, sonreírle. “Misericordear” como diría el Papa Francisco es dar
oportunidad, es recibir, es hablar. Muchos de los internos tienen su primera
experiencia de fe, seria, en la cárcel. Reconozcámoslo, los presos normalmente
no vienen de vivir una intensa vida de fe en la libertad. No se acercan por
ninguna parroquia, y seamos honestos, tampoco se les espera ni se les reserva
sitio. Y otros, como he dicho antes, se convierten en los “hijos pródigos” que
vuelven a la casa del Padre. Lo hacen en la cárcel, en el lugar impensable para
abrazar la fe, pues muchos de ellos allí descubren a Dios. Y de camino a él
descubren que Dios siempre les ha estado esperando con los brazos abiertos de
Padre y que cuando “van a confesar sus horribles pecados” la respuesta de Dios
es un “abrazo misericordioso.
Esta experiencia de un Dios amor del cual muchos de los presos no se
creen dignos se convierte en una verdadera experiencia “refundante”, casi
mística, que les descoloca, pues, en muchos casos, ni ellos mismos hubiesen
sido capaces de perdonarse. Conozco a algún preso, que no se siente digno de
perdón. Y no es una opinión gratuita, es una conclusión de la propia persona que
después de un proceso de discernimiento llega a la conclusión que sus actos son
tan graves que no merece el perdón ni de los hombres ni de Dios.
Mostrar la sencillez de un Dios amor que ha venido a “redimirles”,
muchas veces a través de los voluntarios, de sus propias esclavitudes de pecado
hace posible la vuelta a casa, a ser más misericordiosos también con los demás,
con los demás presos. Como me decía una interna, al participar en el “abrir la
Puerta Santa” en la prisión, que “eran momentos de anhelo, esperanza y
recogimiento personal. Mis sentimientos eran de arrepentimiento, congoja, de
reflexión, de pedir perdón y de amor a Dios”. En la cárcel hay bastante gente
que vuelve a la casa del Padre, que se acerca nuevamente a Dios. Y en ese año
de la misericordia el corazón de muchos presos y presas descubrieron que Dios
les amaba, que les perdonaba. Pero para eso hace falta la presencia mediadora
de la Pastoral Penitenciaria, que sea capaz de transmitirles ese sentimiento y
deseo de Dios de abrazarlos y perdonarlos.
Por duro que parezca yo creo que todas las personas tienen derecho al
perdón, debemos darles la posibilidad de comenzar de nuevo. Otra cosa es que
ese perdón se le conceda. El perdón debiera de estar siempre en el horizonte de
toda persona que está en prisión. En el perdón hay dos actores, dos
protagonistas, uno la víctima y otro el victimario, y de este último depende el
perdón. Aunque luego está la conciencia de cada uno. He conocido presos que han
cometido delitos graves y todavía no se consideran merecedores de perdón. Y he
conocido víctimas que han sido capaces de perdonar, pero otras que nunca
lograrán conceder ese perdón, es superior a sí mismas. La herida es muy
profunda.
Pero como Iglesia creo que todo
el mundo tiene derecho al perdón, todo el mundo tiene derecho a comenzar una
nueva vida. Como decía el Papa Francisco en Chile a las mujeres de la cárcel de
San Joaquín, “una condena sin futuro no es una condena, es una tortura” (1).
Evidentemente no hay dos casos ni dos procesos iguales. Y aquí entra en
conflicto el objeto de esta reflexión, hasta dónde llega la misericordia y
hasta dónde llega la justicia. ¿Son compatibles las dos?, o quizás
incompatibles?. Yo creo que las dos son compatibles. Perdonar no supone negar el
camino de la justicia.
Perdonar no es ser
paternalista, no es disculpar, no es aplaudir, no es dejar pasar, no es
olvidar. Para perdonar hay que reconocer, hay que aceptar la culpa. Decía el
Papa Francisco “Aprendiendo de los errores del pasado, se puede abrir un
capítulo nuevo en la vida” (2). Si no hay reconocimiento de perdón, de pecado,
difícilmente podrá haber perdón ni reconciliación.
Para mucha gente este perdón no
tiene sentido en la cárcel, pues se dice que no hay conciencia del mal
cometido. Pero tengo que afirmar que en la cárcel hay conciencia. Seguramente
capellanes y voluntarios que leéis esta reflexión estaréis de acurdo conmigo
que sí que hay conciencia de perdón, sí que hay presos que reconocen que han
hecho mal y que buscan perdón. Muchos presos si pudiesen pedirían perdón. Lo sé
y lo vivo. Recientemente hice una encuesta a unos cien presos (hombres y
mujeres) y un 80% si pudiesen hoy mismo pedirían perdón. Si yo no creyera en el
perdón, en el cambio, en la reconciliación y en la restauración de relaciones
no llevaría tantos años como sacerdote en prisión. Toda persona que está en
prisión puede ser perdonado. Si la propia persona reconoce su culpa, su daño
cometido y el ofendido le concede el perdón. Y cuidado, el perdón, como he
dicho anteriormente, no elimina la justicia. No puede haber compasión, no puede haber
perdón sin justicia. Perdonar no significa que la justicia no haga su trabajo.
Recientemente en un programa de
televisión me preguntaron cómo se perdona a un asesino. La expresión es fuerte,
impacta. Primero aclarar que no siempre se logra dicho perdón. No es fácil
pedir perdón y mucho menos perdonar. Muchos no perdonan, y están en su derecho,
y muchos, los más ni lo intentan, y también están en su derecho. Pasado un tiempo del delito, se inicia el
proceso, hablando, mirando a los ojos del otro, escuchando, interpelando. Hay
personas que este proceso les ha ayudado a sanar, a curar heridas, a cerrar
dudas e interrogantes. En muchos casos supone cerrar el duelo, pasar página y
comenzar una nueva vida. Pero como decía el Dalai Lama, “el perdón es
necesario, aunque ello no conlleva el olvido”. En la concesión del perdón todos
ganan, se restaura una situación. Perdonar no significa olvidar. Hay heridas
que no se pueden olvidar.
El perdón sana, cura, ayuda a
pasar página. Y un perdón cargado de misericordia libera. Como fue el caso del
hijo pródigo. Fue perdonado pero con una gran carga de amor, de misericordia.
El hijo pequeño, el hijo pródigo quedó renovado y recuperó un padre
misericordioso. Pero el hijo pródigo, reconoció su pecado “contra el cielo y
contra ti (padre)”.
Es cierto que nosotros, capellanes y
voluntarios de Pastoral Penitenciaria, no podemos juzgar, no debemos preguntar,
ni interrogar la causa por la que está en prisión. El primer momento, el primer
contacto es atender a la persona. Derrochar humanidad. Pero llegará un momento
en que sí deberemos abordar la culpa, la reinserción, la vuelta a la libertad.
Ayudarle en permisos, en terceros grados, en libertad condicional, y para ello
deberemos saber el delito, la razón que le ha llevado allí. Y es en ese momento
cuando ayudaremos al interno a ser consciente de la injusticia cometida, del
daño causado. No puede haber redención sin pecado, rehabilitación sin delito, libertad sin prisión.
No puede haber misericordia sin reconocimiento de culpa, sin admitir el pecado
y delito.
Deberemos ayudar al preso a una
peregrinación interior, y acompañarle en el camino para pasar del pecado a la
gracia (3), del delito a estar en paz con la justicia, del daño causado a la
restauración del mismo. Hablar del mal ocasionado no es vulnerar su intimidad,
no es abordar su conciencia, es ayudarle a encontrar la paz con Dios, con la
víctima y consigo mismo.
4. PERDÓN CRISTIANO Y PERDÓN NO CRISTIANO.
No entiendo la diferencia entre perdón
cristiano y otro tipo de perdón. El sentido de perdón, creo que es igual para
todos. Perdonar es restaurar, es recuperar, es normalizar una situación. La
diferencia aquí estriba en el camino, en el punto de partida, para llegar al
perdón. La diferencia está en desde dónde partimos para otorgar el perdón. Un
cristiano se apoya en la fe, en los valores del evangelio, ”Sed misericordiosos
como vuestro Padre es misericordioso” (4). Para un no creyente su camino será
otro, pero el resultado será el mismo. No hay perdón cristiano y perdón no
cristiano. El perdón es inherente al ser humano. El que recibe el perdón, si es
sincero, recibe ese perdón con paz, sin importar la motivación o el punto de
partida de dicho perdón.
¿Qué es el perdón para la
Iglesia en prisión?. Perdonar no es decir que no ha pasado nada no es dejar
pasar, no es olvidar. Para perdonar hay que reconocer, hay que aceptar la
culpa. Decía el Papa Francisco a los presos del mundo que participaron en el
Jubileo de los presos en Roma el 6 de noviembre de 2016 “Aprendiendo de los
errores del pasado, se puede abrir un capítulo nuevo en la vida”. También decía
“Donde hay una persona que se ha equivocado, allí se hace presente con más
fuerza la misericordia del Padre, para suscitar arrepentimiento, perdón,
reconciliación y paz”. Perdonar es hacer historia, para que apoyados en el
evangelio, nos levantemos y no volvamos a repetirlo. Es dar la oportunidad a la
otra persona a rehacerse, a nacer de nuevo. Pero siempre reconocer el error
cometido.
El mejor modelo de perdón viene encarnado
por la justicia restaurativa. La que apuesta por restaurar relaciones. Perdonar
no es un ejercicio simple de olvidar, no supone decir “no ha pasado nada”
“vamos a mirar a otro lado”. Cuando hay dolor, cuando hay herida no se puede
mirar hacia otro lado. La tirita hay que ponerla en la herida, no en otro lugar
del cuerpo. Perdonar es un proceso que cuesta y que tiene diferentes
velocidades. No hay dos perdones iguales.
No hay perdón sin diálogo.
Para perdonar, para recuperar relaciones hay que hablar. Hay que escuchar las
dos partes, el ofendido o víctima ¿por qué me has hecho esto, por qué has
actuado así?, y el ofensor o victimario, explicar las motivaciones de su
actuación. No se puede perdonar, ni ser perdonado, sin mirar a los ojos, sin
ponerse en la piel del otro, tanto en los pies del agredido como del agresor.
Recordemos el perdón de la mujer adúltera, el perdón a los ladrones en la cruz,
siempre a través del diálogo, de la palabra.
Perdonar no es fácil, perdonar
no es sencillo. Me preguntan si hay alguien a quien le ha costado perdonar más.
Imagino que aquellas personas que han sido víctimas de pérdida de un ser
querido. Pero aún en esos casos, y a través de la justicia restaurativa, se han
realizado encuentros entre personas que han quitado la vida y víctimas y se ha
producido el perdón, restauración. No un olvido, porque no se puede olvidar a
un ser querido, y menos si ha fallecido de forma violenta. Eso sí, sin impedir
el trascurso normal de la justicia, y después de pasar un tiempo desde la
comisión del delito. Y cuando digo un tiempo digo bastantes años. No hay un
perdón igual, ni un proceso igual. Ni victimas ni victimarios iguales.
6. RETO DE LA PASTORAL PENITENCIARIA
Después de esta reflexión, un doble reto se presenta para la Pastoral
Penitenciaria en todo el mundo:
- a) Que el capellán y los voluntarios seamos rostro de la misericordia del Padre para los hombres y mujeres en prisión. Para muchos presos, como he dicho al principio, la misericordia de Dios la verán en las palabras y gestos del capellán y de los voluntarios. Dios envía al capellán y voluntarios a la cárcel para revelar su amor a los internos. Para muchos internos quien ve al capellán, a los voluntarios ve al Padre. El voluntario con todas sus palabras, gestos y actitudes, en definitiva, con toda su persona, revela la misericordia de Dios. Una interna, después de la apertura de la Puerta Santa en la prisión me manifestaba en un escrito “una de las cosas positivas que puedo sacar de la experiencia de estar interna en esta cárcel es mi acercamiento a Dios Nuestro Señor…en parte por la obra tan importante, cercana, que con mucha paciencia ofrece la pastoral penitenciaria en este centro”.
- b) Que el preso sea misericordia para el preso. No es fácil, lo sé, pero quizás habría que poner nombre a muchas actuaciones de presos en la cárcel, muchos gestos de generosidad y compañerismo que podríamos llamar “signos de misericordia”. Y a la Pastoral Penitenciaria le tocará iluminar actuaciones entre internos que son presencia de la misericordia de Dios en la cárcel.
Todo voluntario vive una
dialéctica entre justicia y misericordia o amor. Históricamente las acciones de
los voluntarios estaban marcadas por un claro componente paternalista y
completado con sentimientos de pena, desterrables en todo momento y nada
aconsejable en un compromiso solidario y justo. Pero el otro extremo también se
torna peligroso y negativo, pues una lucha exclusivamente por la justicia puede
llevarnos a olvidarnos de las personas por las que trabajamos. Ni la sola
acción caritativo-paternalista es buena, ni tampoco la aplicación de la
justicia desencarnada de la persona a quien juzga.
Esta realidad nos empuja a
encontrar el justo equilibrio entre justicia y amor. El voluntario debe
trabajar por la justicia, por la razón, pero con amor, desde el corazón. La
realidad es que encontramos a voluntarios que trabajan con un sentido de
justicia tal, que lleva a olvidar el rostro de la persona por la cual están
trabajando o comprometidos.
Se da una batalla, en nuestra
cultura entre “justicia y solidaridad” frente a “compasión y gratuidad”. Los
defensores de la justicia temen que hablar de compasión y gratuidad,
sentimentalice y difumine la radicalidad del compromiso por el cambio de
estructuras. Por el contrario, los defensores de la misericordia, la ternura y
la compasión en la lucha por la
justicia, recriminan a los anteriores su no implicación personal, su
falta de sensibilidad para escuchar y dar protagonismo a las víctimas del
sistema, su rigidez, cuasi- burocrática a la hora de trabajar por los
excluidos…
Ambos universos de significado
son necesarios para comprender y dar sentido al voluntariado. La propuesta
cristiana es avanzar en la implicación y relación directa”. Las palabras de J.
Coleman son iluminadoras “si en
cualquier estrategia de la teología cristiana se considera central la opción fundamental
por los pobres, (esto) nos llevará más allá de las categorías de justicia,
hacia las de solidaridad, comunidad en el sufrimiento y ágape”. Una acción social que sin olvidar la
justicia, aporte misericordia, generosidad y gratuidad.
Sin profundidad, sin amor,
nuestro compromiso, nuestro voluntariado no tiene sentido. No puedo ir a
prisión sin amor, sin querer, sin ojos de misericordia. El valor del
voluntariado está en el corazón, en la ternura y en el amor que ponemos en
nuestro compromiso.
P. Florencio Roselló Avellanas, mercedario
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL (Nadie te va a preguntar, responde con
sinceridad)
- ¿Cómo vives y haces presente la misericordia de Dios y de la Iglesia en la cárcel? .¿Con qué gestos los internos ven el amor de Dios hacia ellos?.
- ¿Crees que es posible el perdón en prisión?. ¿Conoces gestos de perdón en la cárcel?
- ¿Conoces la justicia restaurativa?. ¿Crees que es posible restaurar una situación entre víctima y victimario (delincuente)?.
- ¿Crees que el resultado final es el mismo según la motivación del perdón?. ¿Hay diferencia entre el perdón cristiano y el no cristiano?.
- En el tema de la misericordia, del perdón, ¿qué resto crees que tiene la Pastoral Penitenciaria?, ¿qué deberíamos hacer que todavía no hemos hecho?.
- En prisión escuchamos con frecuencia, “perdono pero no olvido”, ¿qué te dice esta frase?,¿cómo se encaja en el evangelio?.
1 Papa Francisco mujeres cárcel de San Joaquín en Chile, 17 enero 2018.
2 Papa Francisco a los presos del mundo que participaron en el Jubileo de los presos en Roma el 6 de noviembre de 2016
3 Carta del Papa Francisco al Cardenal Rino Fischella. Carta con motivo del Jubileo 1 septiembre 2015
4 Lc. 6, 36
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